Hace años que la izquierda madrileña, sumida en la mediocridad, compite en las elecciones sin candidatos ganadores. Desde luego no son formas. Y si la apuesta le sale mal, Pedro Sánchez quizá pueda irse preparando para dejar la política más pronto que tarde. Pero tanto si la idea ha sido de él, como, según cuentan algunos, de un grupo de notables y asustados ancianos de la tribu socialista, destituir a Tomás Gómez y buscar un candidato con más posibilidades para que el PSOE compita por la Comunidad de Madrid, era necesario. Como mínimo para levantar la moral de la decaída militancia de este partido centenario que avanzaba sumisa hacia el desastre.
De hecho, el propio Tomás Gómez debía haber dimitido hace tiempo. Cuando sus resultados electorales, siempre decrecientes, empezaron a situarse en cifras casi ridículas para una formación acostumbrada a competir por el poder. Aún así, sería interesante que el partido se planteara ahora la convocatoria de unas primarias abiertas para salvar la cara. No lo hará, parece ser. Y eso no resulta muy democrático, claro. Aunque tampoco está de más recordar que Gómez tampoco había sido votado por la militancia. El ya ex secretario general de los socialistas madrileños no tuvo rival con quien enfrentarse, entre otras cosas, porque convirtió en imposible que alguien alcanzara los avales necesarios para hacerlo.
Así que si finalmente es Angel Gabilondoquien encabeza las listas del PSOE estaremos ante otra decisión del ‘aparato’. Ni más ni menos. Sólo que en este caso, parece tratarse de una figura de más altura y con mayor capacidad competitiva. Incluso, por su condición de independiente, con más posibilidades que Gómez de pactar con alguna otra fuerza si no alcanza el número de diputados necesario para formar gobierno en solitario.
Entonces, ¿al final se trata sólo de eso? ¿No importan los programas ni los proyectos políticos? ¿Todo depende de la identidad del individuo cuya foto aparece en los carteles? A más de uno le gustaría que la respuesta a estas preguntas fuera negativa. Pero no se engañen. Ustedes también saben perfectamente que es así. Y que es de eso de lo que estamos hablando. Por lo menos si lo que se quiere es salir a ganar. Ciertamente, nadie se hace responsable de esa forma ‘borreguil’ de comportarse que tienen los demás y, sin embargo, todos los somos. ¿Alguien de verdad cree que sin Pablo Iglesias e Iñigo Errejón hubiera prosperado Podemos?
¿Quieren más pruebas? Pues ya saben que en Barcelona, los movimientos de izquierda han tenido muy pocos problemas para montar una candidatura de unidad popular alrededor de Ada Colau para buscar la conquista del Ayuntamiento de la ciudad. Lo malo es que en Madrid parece que la izquierda está en otra cosa. En su juego de ‘quitate tú para ponerme yo’ de siempre. En la misma espiral de personalismos, vanidades e intereses creados, más de una vez inconfesables, que ha asegurado durante más de un par de décadas el reinado ininterrumpido de la derecha en la capital de España. A pesar de la mediocridad insoportable de sus dirigentes.
Quizá por eso, los habitantes más veteranos de la ciudad no han olvidado aún al mejor alcalde, y el mejor político local de que disfrutó el Madrid efervescente posterior a la transición. Don Enrique Tierno Galván. Ahí es nada. Y eso que bajo sus alas empezaron a criarse todos estos monstruitos impresentables que padecemos ahora. ¿Puede ponerse Angel Gabilondo sus zapatos? Si acepta el reto tendrá que intentarlo. Y quien enarbolará la bandera en las candidaturas de izquierda que se preparan. ¿Quién correrá por IU, Podemos o Ganemos?
Amigos. Madrid no se merece candidatos mediocres. Hay que tener ambición y buscar a los mejores. Y sí, quizá los mejores fueran Tania Sánchez y Juan Carlos Monedero. Pero están tocados. Y si no son capaces de dar explicaciones convincentes que alejen de ellos toda sombra de sospecha serán pesas fáciles en una contienda que, según todo parece indicar, no va a caracterizarse precisamente por el juego limpio. De modo que hay que tener ya listo un plan b. Sencillamente porque la capital de España no superaría otra victoria del PP. Y ya se sabe que las elecciones las gana quien acaba gobernando. Lo demás son brindis al sol de consumo partidario interno.
Sin embargo, más allá de la necesidad de tener un candidato fiable y de la inevitables luchas de poder que se desencadenan en todas las formaciones políticas hay algunas consideraciones de sentido común que deberíamos recordar para no perdernos en las turbulentas aguas de la política actual. Líneas generales aplicables a todas las elecciones que tenemos por delante sean locales, autonómicas y generales y que, sin duda, ya deben ser más que conocidas por los estrategas de todos los partidos.
Olviden las siglas por un momento. Si realizan ese simple ejercicio al enfrentarse con una encuesta pueden descubrir varias cosas interesantes. Más allá de la lógica partidista en todas y cada una de las consultas que se publican se define con claridad una mayoría que se decanta porque una nueva generación de políticos de izquierdas alcance el poder. Hay, es cierto, un evidente deseo de cambio. Una agobiante necesidad de caras nuevas e incluso un deseo, poco disimulado, de volver a confiar en los políticos.
Olviden también los programas por un breve espacio de tiempo. Un análisis, quizá superficial, de lo que desea la ciudadanía, deja patente que nadie esta por hacer la revolución en estos momentos. Ni en Madrid, ni en Cataluña, ni siquiera en Grecia. Más allá de los colectivos radicales de siempre, cuya existencia asegura un necesario impulso vanguardista que sacude el inmovilismo, el votante medio sólo desea volver a la situación anterior a la crisis. No es un paraíso imposible. Es un tipo de mundo en el que ya estuvo y al que no está dispuesto a renunciar. Estamos hablando del mínimo común múltiplo. No hay otro horizonte, en realidad.
¿Recuerdan? Era una España que crecía al 3,5%, tenía un superávit público del 2%, una tasa de paro del 8%, una sanidad universal y gratuita, una educación pública que no estaba mal, donde la gente tenía la seguridad de que iba a poder jubilarse a los sesenta años con una pensión digna, las empresas disponían de crédito y las parejas jóvenes podían soñar con comprarse un piso, aunque estuvieran formadas por ‘mileuristas’. Este ambiente inédito durante siglos aportó además al paisanaje una gran dosis de confianza para afrontar el futuro. ¡Por Dios, si hasta llegó a ganar un campeonato del mundo de fútbol y dos eurocopas!
De eso se trata. Eso es lo que tienen que asegurarle los políticos a la población. Junto con un comportamiento, en general, más o menos honrado. Ni siquiera es necesario que el éxito se materialice de inmediato. Pero, en contraposición con esas legítimas aspiraciones, la acardia que ofrecen los patrocinadores de los recortes, el tándem PP-PSOE y sus apoyos mediáticos y empresariales de todos conocidos, es un lugar inhóspito en el que nadie en su sano juicio querría vivir si, como sucede con la mayoría, no forma parte de una de las clases privilegiadas.
Recapitulen. Es un lugar donde el trabajo escasea y se cobra en el mejor de los casos a 600 euros, con jornadas maratonianas para todos, sin crédito, sin futuro, con sanidad y educación privadas y un crecimiento económico escaso que jamás permitirá crear empleos de calidad. Un sitio donde la posesión de un puesto de trabajo ni siquiera asegura al beneficiario poder vivir por encima del umbral de la pobreza. ¿De verdad alguien se cree que va a poder ganar unas elecciones con esa oferta de futuro? A lo mejor sí. Pero debería hacérselo mirar.