Imposible no hacer hoy un breve repaso sin incluir esta profesión que me ha dispensado muy buenos e inolvidables amigos y algún que otro enemigo que coloca al periodismo en el mismo sitio de esos cantantes callejeros que entonan melodías por encargo o preferencia sin margen a otras de su propia inspiración.
Hasta este momento, me he tomado el grato placer de responderle a cada uno de quienes me han extendido la felicitación y los buenos augurios. Si he obviado alguno, mis disculpas. En verdad, nunca pensé fueran tantos.
No es pródiga mi generación en alcanzar estas edades como lo hicieron nuestros octogenarios y nonagenarios padres. Algo debió pasar por el camino que no todos alcanzamos las siete décadas. Sobreviviente y feliz, aunque con serias averías de salud como es de suponer.
Y así voy, con el auto repaso de virtudes y defectos, acostándome con penas y glorias, sin planes de futuro porque lo más importante es lograr amanecer al día siguiente y continuar escribiendo sólo con una premisa inviolable: Que sea yo quien primero se crea lo que estoy contando y lo que aún me falta por hacer.
Tres guerras sobre las espaldas y no con una libreta de notas ni cámara alguna, me han enseñado el valor de la vida y los buenos amigos, algunos con categoría de hermanos de sangre.
Nuevamente, gracias a todos. Agradecido a El Boletín por permitir esta mini milonga.