Lo primero que debo señalar, para total asombro, es lo expedito del trámite, sin cola, sin burocracia, con una agilidad como la de acudir a una barbería a cortarse el cabello. Es que uno se contenta y agradece hacer un trámite tan rápido en medio de una burocracia de temer, papeleo en planillas, modelos, cuños y firmas que se están engullendo al país y agotando la paciencia de sus habitantes.
Mucho menos que un euro o dólar, casi su tercera parte, para dar fe ante la Ley. Cien pesos cubanos más diez por los sellos.
Desde que conocí personalmente a la muerte en africanos campos de batalla y Centroamérica, he decidido burlarme de ella cada vez que tenga ocasión. Ni me atemoriza ni desvela. Un buen amigo, al bajarse garganta abajo tres rones a pulso, se las da de filósofo y asegura que la frase es de su propia cosecha:
-La muerte está tan segura de su triunfo que te da toda una vida de ventaja.
Prefiero, sin embargo, lo suscrito por el coronel Aureliano Buendía en Cien años de soledad cuando advirtió:
-Uno no se muere cuando quiere, sino cuando puede.
Así, frente a cualificado notario, con un sentido del humor negro que celebro y admiro, le damos repaso a lo poquísimo que dejo en herencia. Prácticamente nada material ni mucho menos propiedades ni tan siquiera un viejo automóvil de 30 ó 40 años de antigüedad o suculenta cuenta bancaria. Deudas, ninguna. He cumplido hasta con los impuestos por respirar en la vía pública.
Se me parte de una risa inquisitiva el joven jurista cuando le pido dejar constancia de cara a la Ley que me niego a ser sepultado en un camposanto ni malgastar el necesario petróleo en la incineración.
Ante él en su momento y ahora de frente a los lectores, algunos excelentes amigos y compañeros, exijo ser trasladado a la Facultad de Ciencias Médicas Latinoamericana en la carretera que conduce al puerto del Mariel.
Nada me identifica a ese centro. Nada absolutamente. Sólo la esperanza de contribuir a la mejor formación de ese profesional de la salud. Y no por fingido patriotismo latinoamericano, sino porque últimamente no estoy confiando mucho en los médicos. No iré lejos: cinco dermatólogos con diagnósticos y tratamientos diferentes.
Vaya, que uno se molesta y con razón se pregunta dónde estudiaron, quiénes les enseñaron.
“Capaz que me tope con un genio en potencia en esa Facultad y me devuelva unos años más a la vida”, le digo en broma. Y en igual recurso, aclara:
-Imposible, la cola para ello sería larguísima…
Risas en tan solemne momento porque hay otros temas tan serios que no irán por escrito a un folio. Esos, se van conmigo y sin testigos…