Leo en los diarios que los afectados por las tramas del tráfico de niños se han concentrado hoy en las puertas de la Fiscalía General del Estado y han entregado cerca de 80.000 firmas para denunciar el archivo de sus demandas y reclamar el impulso de las investigaciones, cuando se cumple un año de la presentación de la primera demanda colectiva que interpusieron más de 200 familias para solicitar la apertura de una investigación a nivel nacional.
Y no me extraña que estén indignados ya que según publica hoy El País, el balance de este primer año de investigación sobre el robo de niños cometido en España durante medio siglo, desde los años cuarenta a los noventa es desolador: “Mil quinientos casos denunciados, tres tumbas vacías y ningún acusado».
Los fiscales que llevan dichas investigaciones reconocen al diario de Prisa que en España se robaron niños, pero se quejan de la falta de pruebas para castigar a los que los robaron. Mientras que los afectados son conscientes de las dificultades de investigar estos casos, pero no se resignan, aunque se haya avanzado poco.
Pero ¿quién lo haría? ”Me imagino lo horrible que debe ser vivir con la duda de si tu hijo murió o te lo robaron», le confiesa uno de los fiscales a El País. Yo también puedo realizar ese ejercicio de empatía y la mayoría de ustedes también pueden ponerse en el pellejo de las familias para comprender su frustración.
Lo mejor del reportaje es leer que “un puñado de padres e hijos han logrado reencontrarse”. Eso reconforta. Como también lo hace pensar que en esta era de gran desarrollo tecnológico y científico se puede hacer mucho más por encontrar a esos niños robados. Y es que aunque muchos de los delitos de los que se pudiera acusar a los implicados hayan prescrito, el amor de una madre nunca prescribe.