Hay cosas más importantes, seguro, pero hoy es el día de hablar de la última corrida de toros que se celebró en Barcelona, antes de que entre en vigor la prohibición que vetará este tipo de festejos en territorio catalán. Abc, la Razón y El Mundo respiran indignación ya que ven en la abolición de las corridas un ataque a la libertad de los ciudadanos.
Ahí no queda la cosa, ya que Pedrojota hace notar que “no fue la piedad por el sufrimiento del toro lo que llevó a los nacionalistas catalanes a prohibir la fiesta” y hace notar que “es un insulto a la inteligencia defender esta abolición y blindar los llamados correbous de los pueblos catalanes, donde el toro sufre de la misma manera” e ilustra a sus lectores sobre la verdadera intención de CiU, ERC y el PSC que dice “era y es erradicar de Cataluña uno de los símbolos de España, olvidando que -como ha recordado el poeta Gimferrer- los toros forman parte de la tradición cultural catalana y que Barcelona ha sido una de las capitales más importantes del espectáculo taurino en el siglo XX”.
Además, el director de El Mundo tranquiliza a la afición ya que considera que queda un camino para anular la abolición antes de que la Monumental desaparezca, «y es que el Gobierno que salga de las elecciones del 20-N proponga al Congreso la declaración de bien cultural para los toros, lo que situaría a la ley catalana en una inconstitucionalidad sobrevenida”. Con lo que de paso, marca, como es habitual en él, la agenda a los a los populares al afirmar que “un hipotético Gobierno del PP estaría política y moralmente obligado a aprobar una iniciativa que a lo mejor permite a la Monumental seguir abierta”.
El País, sin embargo, resta importancia a lo sucedido y habla de psicodrama colectivo, aunque luego, curiosamente, dedica cuatro páginas a este asunto. Y eso que el de Prisa deja claro que no le parece para tanto la que se ha montado y recuerda en Barcelona en todo el año se habrán lidiado 10 corridas y que la plaza siempre ha estado medio vacía. Y cree que no es ni llegada del apocalipsis ni una catástrofe para la afición catalana, que ya había aprendido a viajar a mejores plazas con mejores carteles, ni tampoco un triunfo absoluto de los prohibicionistas, cualesquiera que fueran sus causas.
Tampoco se cree El País que sea cosa del nacionalismo poniendo como ejemplo a Gipuzkoa, “donde se ha edificado una de las últimas plazas de España”. Y concluye: “Más cornadas da el hambre, dijo El Espartero hace dos siglos, y sigue siendo cierto. En época de cornadas sociales por doquier, la prohibición de los toros en Cataluña no es, ni para la salud de la tauromaquia, de mucha gravedad”.