Sin mayores rigores de seguridad salvo el ocasional paso lento de una patrulla que te advierte de no hacer ninguna rareza, el Rideau Hall es uno de los sitios donde se respira y goza de la tranquilidad más absoluta. Una suerte de estar en la gloria celestial en su embajada en la tierra. Algo deben tener los perros canadienses que ni ladran tan siquiera de alegría en sus 32 hectáreas.
Y en esas caminatas a paso de cortejo fúnebre por los alrededores de un castillo edificado en 1838 y residencia del representante del rey desde 1867, en el paseo aparecen más de 150 árboles autóctonos plantados por innumerables dignatarios mundiales desde John F. Kennedy hasta Nelson Mandela.
Por razones que no merecen mucha explicación, unos pocos minutos para imaginarse a Boris Yeltsin y Mijaíl Gorbachov sembrando un Picea de Noruega y el otro un roble rojo.
Entre los quince sitios a visitar que sugiere el auto tour, recomendable posar junto al único tótem existente en el país, reflejo de la cultura aborigen.
Así, entre flores, la floresta, senderos de ensueño y fuentes, con el rabo del ojo oteando el ventanal no sea cosa que la gobernadora, Su Excelencia la Muy Honorable Mary Simon, primera indígena inuit en ocupar el cargo, se le ocurra bajar y concederte, como hizo excepcionalmente con el presidente chino, que plantaras lo que desearas como parte del ceremonial.
Enorme el privilegio entre robles, nogales, abedules, fresnos… Un homenaje a nuestro Ministerio de Agricultura con el árbol casi de categoría nacional. La respuesta para la representante del rey Carlos III con reverencia protocolar incluida:
-Un marabú sería lo más representativo, Su Excelencia.
