A un alemán o japonés, ellos tan organizados y metódicos, habría que explicarle con lujo de detalles y una buena cantidad de cifras si, por ejemplo, la India, primer productor mundial, se ha quedado sin leche y debe importarla desde la helada Alaska.
Estamos de sorpresa en sorpresa, como esa fantasmagórica leche condensada que tuvimos hace ya un tiempo procedente de Ucrania en plena guerra con los rusos y que alguien supuso no llegaba desde Kíev, sino desde Moscú o de las reservas para tiempo de guerra.
Pero ahora, para darle continuidad a las alarmas cerebrales, me restriegan en plena cara un kilo de azúcar blanca refinada procedente de Barcelona, España, que oferta el sector privado en la isla. Un poco antes, por cartilla de racionamiento, la adquirida en EEUU.
Y uno, que por lo general se contiene con el uso de las llamadas “malas palabras”, que a veces son las mejores y más indicadas, no hace más que recordar cuando éramos los primeros exportadores de azúcar de caña en el mundo, dejando siempre en lugar de honor a la antigua URSS que lo hacía con la proveniente de la remolacha con unos 60 millones de toneladas anualmente.
No tardé ni cinco minutos en contárselo a mi vecino empresario español. Le dije para que entendiese mejor y homologar criterios:
-Mira esto, Vicente, tócate los co…