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El día en que Ramiro Valdés desmontó la celebración del 26 de julio en Cuba

Este año, la celebración del 26 de julio, fecha conmemorativa del asalto al Cuartel de la Moncada, tuvo lugar el día 24. Y no en Santa Clara, la ciudad del Che, que era el lugar previsto. El acto central de la ceremonia en homenaje a esta jornada histórica (Rebeldía Nacional) se celebró en Artemisa 48 horas antes y contó con la presencia del comandante en jefe Fidel Castro, quien, para acentuar la ocasión volvió a vestir su tradicional uniforme verde olivo.

Junto a él, no compareció su hermano Raúl, actual presidente del país como hubiera sido lógico. Sí lo hizo Ramiro Valdés, vicepresidente de los Consejos de Estado y Ministros y virtual número tres del régimen, a quien algunas fuentes diplomáticas europeas atribuyen la paternidad de una operación perfectamente diseñada con la que se habría conseguido poner punto final a otro de los símbolos fundamentales del régimen castrista.

Nos referimos, claro, al acto del 26 de julio, una conmemoración que tenía, hasta ahora, en Cuba una alta carga simbólica. Era prácticamente el evento medular de las celebraciones revolucionarias. De hecho, la Revolución había fraguado un pacto entre los que bajaron de la Sierra y los que habitaban en el ‘llano’ las ciudades que se articulaba en el ‘Movimiento 26 de julio’, lo que da idea de la importancia que siempre se le ha concedido a esta fecha. Al menos era así, mientras Fidel ostentó el poder ejecutivo. Y también lo fue en los cuatro últimos años, en los que Raúl se dirigió a la población.

Nada hacía prever que este año fuera a ser distinto. Para el poder provincial, recibir el encargo de organizar esta conmemoración es siempre un motivo de orgullo. El honor en este caso, había recaído en Villa Clara, cuya capital Santa Clara, tendría el privilegio añadido de que durante los discursos se produjese la intervención del presidente venezolano, Hugo Chávez.

Pero al final el mandatario bolivariano estuvo ausente. La tensión que se ha desencadenado entre su país y Colombia, tras las denuncias de Bogotá de la supuesta impunidad con la que los guerrilleros de las FARC sitúan sus campamentos en Venezuela.

¿Será por eso? Quizá sí. Sin embargo, algunos habituales de Radio Bemba (nombre con el que se conoce en Cuba el fluir de los rumores callejeros) tienen una versión muy distinta sobre los mismos hechos. Creen que Chávez no viajó porque el evento programado en Santa Clara había perdido toda su importancia tras los sucedido en Artemisa un par de días antes y a la amplia cobertura que, primero la televisión cubana, y después lo canales de noticias del resto del mundo, le habían concedido a la sorprendente aparición de un Fidel uniformado y en actitud solemne para conmemorar el asalto al cuartel de la Moncada.

¿Podía participar el mandatario venezolano, 48 horas después en otro evento que ya no contase con la asistencia del líder revolucionario histórico? Quizá no. Y una posible prueba de ello, que los locutores más viperinos de Radio Bemba no se cansan de repetir en sus emisiones, sería que el propio Raúl, el presidente del país, ha preferido esta vez no tomar la palabra y dejar que el discurso central fuese pronunciado por uno de ‘los hombres para todo’ del actual Ejecutivo cubano, el vicepresidente José Ramón Machado Ventura. ¿Para qué hablar si el renacido Fidel ya había acaparado el protagonismo mediático?

Y el caso es que el discurso del líder histórico en Artemisa, tan televisado en todo el mundo, fue un espectáculo pobre. Allí estaba Fidel y Fidel habló. Junto a él, dos guardaespaldas que lo flanqueaban, quizá para protegerle, quizá para controlarle, según las distintas versiones que los expertos en Cuba tienen sobre el papel que habría que atribuirles en función de su presencia permanente junto al comandante. Y estaba Guillermo Garcia Frías, comandante de la Revolución. Y estaba también Ramiro Valdés, de quien hemos hablado antes. También comandante de la Revolución.

Y una presencia inesperada sobre todo por la ausencia de Raúl Castro de este acto y por el hecho de que mientras los supuestos números uno y tres del régimen aparecían juntos en esta conmemoración, por el contrario, no hay ninguna imagen pública de los dos hermanos desde que Fidel cedió, temporalmente primero y por completo después, sus poderes al benjamín de la familia.

No es la única particularidad que han observado quienes estudiaron con cuidado las imágenes televisivas del discurso de Artemisa. Al menos en la versión facilitada por la televisión cubana, no hay ningún plano en el que aparezcan a la vez el orador y el público que le vitorea primero y le escucha, después, embelesado. Más aún, como indican otros analistas de salón, seguramente malintencionados, mientras el líder aparece con un paraguas, sus sufridos oyentes aplauden bajo un sol de justicia.

¿Será un montaje? ¿Una película de ficción, con guión de Valdés? ¿Un documental forzado a lo Michael Moore? Hay quien lo duda. Sobre todo, por lo complicado que resulta realizar un ensamblaje tan poco profesional para una pieza televisiva de tanta relevancia. Otros, en cambio afirman que sí lo es. Y que Ramiro, siempre Ramiro, ha querido que quede claro de que se trata. Por lo menos para aquellos a quienes estaba dirigida la representación.

Hay, como ya hemos explicado, unos cuantos indicios que apuntan hacia él como muñidor del inesperado evento. Primero, el lugar. Artemisa, el pueblo en el que nació Ramiro Valdés y, también por cierto, el genio de la salsa Willy Chirino. Un lugar que, sin embargo, hoy por hoy es una población casi devastada, cuyos habitantes se quejan a veces del poco provecho que le sacan al hecho de haber sido la cuna de un prócer de tal relevancia como el vicepresidente. Quizá después de esta aparición de Fidel con figurantes las cosas cambien.

Lo cierto es que Artemisa fue una de las poblaciones que más efectivos aportó a la tropa que intentó el fallido asalto al cuartel de Moncada. Hay quien relaciona este hecho con la nutrida e importante logia masónica que existió allí en la primera mitad del siglo XX, tiempos en los que sólo Matanzas podía rivalizar con esta localidad en cuánto a su importancia entre los grandes orientes de la Isla. Pero estas distinciones históricas no habían pesado demasiado a su favor, al menos en la última década. Ni siquiera, durante los actos de conmemoración del 50 aniversario de la Revolución que quizá se hubieran prestado a conceder a este humilde pueblo un reconocimiento adicional.

No fue entonces y, sin embargo ahora, parece haber llegado el momento de gloria de Artemisa. Aunque sea tan efímera como los quince minutos de Warhol. Para algunos diplomáticos residentes en La Habana, esta suerte sólo ha sido posible gracias a la concatenación de una serie de hechos que quizá arrancaron con las fotos de los acuerdos alcanzados por Cuba, la Iglesia Católica y España, de cuyo cierre formal dio fe una imagen en la que podía verse a Raúl Castro junto con el cardenal de La Habana, Jaime Ortega y el ministro de Exteriores español, Miguel Angel Moratinos.

Hay quien cree que este invento del ‘dialogo entre cubanos’ con la Iglesia es un intento desesperado de Raúl por recobrar un protagonismo que parecía perdido. ¿A favor de quién? Quizá de la propia Iglesia, único contrapoder que tiene en la Isla un núcleo articulado de seguidores. O quizá del propio Ramiro Valdés, cuya capacidad para moverse en la sombra es bien sabida por los conocedores.

De hecho, más de un comentarista callejero da por seguro que tanto Ortega, como Valdés tienen ‘firmado’ desde hace tiempo algún acuerdo secreto con Washington. ¿Paranoias? Seguramente, sobre todo porque llegan a decir luego que la decisión de Raúl de negociar con la Iglesia el destino de los presos políticos es un intento desesperado de coger su último tren. Quizá, aseguran estos analistas temerarios, a pesar de su esfuerzo ya lo haya perdido.

O quizá no. Pero hay otras pistas que pueden indicar que el final del culebrón se acerca. Unos días antes de que se produjeran estos acontecimientos, el último leninista que quedaba en las altas jerarquías del Gobierno cubano, José Ramón Balaguer, dejaba su cargo de ministro de Sanidad en manos de su viceministro Roberto Morales de 43 años. Su nuevo destino es el Comité Central del Partido Comunista de Cuba, lugar en el que trabajó durantes muchos años como encargado del ‘control ideológico’, uno de los puestos de más relevancia en la estructura partidista.

Ahora, golpeado desde hace meses por una dura enfermedad, no parece, en opinión de los cubanólogos más avezados que su papel vaya a ser tan relevante como era. Entre otras cosa, porque tampoco da la impresión de que el partido tenga la importancia que tuvo.

La explicación puede ser la hipotética preparación de un Congreso comunista, muchas veces aplazado, por la posibilidad de que pudieran escucharse voces críticas y reformistas. Esas versiones explican que Balaguer ha vuelto al Comité Central para controlar ese proceso. También puede ser que, simplemente, tanto Raúl como Ramiro quieran reducir el núcleo de históricos presentes en los lugares de toma de decisiones que combatieron contra Batista y comparten un pasado común.

Saben que la batalla final será entre ambos. Y, algo parece cierto entre quienes difunden este rumor, probablemente interesado: sólo alguien cercano a los Castro puede ‘rendir’ la Isla su enemigo tradicional. Algo que no esta al alcance, por cierto, ni de Raúl, ni de Fidel. Pero sí lo está de Ramiro Valdés. Y sí lo hace quizá pueda compensar a su viejo camarada Camilo Cienfuegos, el único líder revolucionario que podía discutirle a los Castro el honor de dirigir los destinos del país tras la victoria sobre Batista de ‘los barbudos de Sierra Maestra’.

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El día en que Ramiro Valdés desmontó la celebración del 26 de julio en Cuba

E.B.

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