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Las ideas europeas para controlar el turismo que parecen «radicales» en España

Algunas capitales europeas se debaten entre dar la batalla por perdida o legislar para recuperar sus espacios más simbólicos, tomados por masas turísticas que cada año dejan miles de millones de pisadas en sus calles y plazas, pero también millones de euros. El turismo de alta intensidad se ceba con Roma, Venecia o Ámsterdam, entre otras.

En todas ellas se han tomado medidas que en España, por el momento, asustan a la mayoría por “radicales”. Pero a la vista del flujo de visitantes de las grandes capitales, la costa y las islas, con las consecuentes protestas vecinales y de ecologistas, cabe pensar que España no tardará en emular a sus colegas europeos.

El caso más emblemático es, por supuesto, Venecia. Tanto, que ha puesto nombre al “síndrome” que define el problema. La ciudad italiana, con algo más de 50.000 habitantes, atiende a más de 30 millones de turistas al año, lo que desgasta la vida de los vecinos y, cómo no, el inmenso patrimonio cultural y monumental de la perla italiana.

El consistorio de la capital del Véneto lleva años planificando límites a esta erosión, que amenaza con convertir en “patrimonio en peligro” el actual título de la Unesco de “Patrimonio de la Humanidad”. El Ayuntamiento de Venecia ha implantado recientemente una treintena de políticas locales para dar preferencia a los vecinos y, sobre todo, limitar la afluencia de turistas a los mismos lugares emblemáticos.

Para ello, ha confiado en un sistema de “contabilización de personas” que se estrena este año y que evitará que los visitantes puedan acceder a puntos emblemáticos, o de entrada y salida, en los que ya haya demasiada afluencia. Además, planea poner en marcha una campaña de sensibilización internacional para que los turistas opten por alojarse fuera de la ciudad, diversificar los lugares de visita o viajar en temporada baja.

Ámsterdam recibe menos de la mitad de turistas que Venecia, pero alrededor de 16 millones de visitantes anuales con un ascenso muy rápido en los últimos años siguen siendo demasiados para una ciudad solo un poco mayor que Sevilla. El principal problema, como en la mayoría de núcleos con turistificación, es la subida del precio de la vivienda y las dificultades de acceso a ella para los residentes.

Las autoridades locales han optado por enmendar la premisa de que Ámsterdam es la ciudad perfecta para visitar y acudir a grandes eventos como conciertos y festivales. Se centran en enviar el mensaje contrario: pedir internacionalmente menos visitantes, limitar el número de espectáculos y actos similares, así como poner coto al alquiler de viviendas turísticas. Fue la primera ciudad en acordar con AirBnb un límite de días al año en el que pueden alquilarse los pisos turísticos. Un máximo de 60 días que podrían ser 30 según las peticiones de la oposición socialdemócrata en el consistorio.

Varias plataformas de vecinos y residentes afectados llevan meses manifestándose por un turismo sostenible y pidiendo el freno de la gentrificación que sufre la ciudad. La capital también ha impuesto que los grupos de turistas con guía no superen las 20 personas. Y ha aumentado los impuestos al turismo, llegando a cuadriplicar algunas de las tasas básicas, como la que cobra el municipio por cada noche de hotel en la ciudad.

De vuelta a Italia, uno de los movimientos políticos más llamativos para defenderse del turismo masivo en Roma fue la idea de impedir a los visitantes detenerse ante la Fontana di Trevi. No sin polémica, la capital planea defender así el perímetro más inmediato de monumentos masivamente visitados.

«En la Fontana di Trevi se han organizado turnos más intensos de policías municipales, pero pienso, además, en un recorrido para admirarla que no consienta el detenerse», explicó hace dos meses la alcaldesa romana, Virginia Raggi, a la televisión pública italiana.

No obstante, hace ya tres años que Roma triplicó la mayoría de sus impuestos al turismo, que gravan desde las noches de hotel hasta las estancias en albergues o cámpings.

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Las ideas europeas para controlar el turismo que parecen «radicales» en España

E.B.

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