Así se expresó un entrevistado que, por sus palabras, se trataba de una persona culta y en total sobriedad cuando se le preguntó en qué pensó cuando de repente en la noche del pasado domingo sintió el zumbido como de motores de aviones y luces multicolores que le hacían añicos su casa bien construida.
Por vez primera en sus inminentes 500 años de fundada, los habaneros de varios municipios conocían en carne propia lo que era un tornado de gran intensidad que por razones de su formación escapaba a la advertencia de los especialistas.
De momento, cinco muertos y casi un par de centenares de heridos. Viviendas destruidas desde sus cimientos, afectaciones en las redes eléctricas, el servicio de agua y gas, vías inaccesibles, instalaciones estatales en el suelo, afectaciones en la floresta y el transporte. Algo así como una réplica del fin del mundo. Daños todavía por calcular.
Las autoridades, como suele ocurrir en estos casos, han vuelto a prometerle a los afectados que no serán abandonados y el esfuerzo por aliviarles el dolor ante las pérdidas es visible. Una gran lástima que tal propósito político no tenga el respaldo de una fuerte economía que, de momento, precisa de terapia de choque para que entonces ambos propósitos se complementen. Cuarenta minutos para un trágico recuerdo. Que lo cuenten los españoles que viven en La Habana.
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