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Si buscas “crisis de la atención” de forma literal en Google, te saldrán más de 130 millones de resultados de búsqueda. La mayoría de ellos son bastante agoreros y pesimistas: los expertos de Atresmedia, Marta Rojo y Fernando Pino, ganadores del premio de AedemoTV a la ponencia más innovadora, consideran que el fenómeno “no es reversible, ya que es consecuencia de un mundo hiperfragmentado”. La prestigiosa psiquiatra Marian Rojas habla del poder adictivo del scroll infinito, y de cómo “nos hemos hecho adictos a lo superficial e irrelevante”.
Y no solo a nivel nacional surgen estas voces que consideran la crisis de atención como la más reciente plaga de la humanidad. Tim Pychyl, profesor de psicología de la Universidad de Carleton (Canadá), cree que la tecnología se ha convertido en un vicio, culpable en parte de una epidemia de procrastinación. Y hay muchos más: investigadores como Piers Steel, autores como Peter Bregman o divulgadores como Johann Hari, todos parecen coincidir en los peligros de la tecnología y su poder de distracción. Incluso algún medio.
Pero ¿es realmente así? ¿Están nuestras mentes siendo fragmentadas por un flujo incesante de información? ¿O, simplemente, estamos asistiendo a un cambio en la forma en la que enfocamos nuestra atención? Según el crítico de The New Yorker, Daniel Immerwahr, hay numerosas fuentes que sugieren que estas preocupaciones en torno a una «crisis de atención» no son un fenómeno nuevo, sino recurrente provocado por prácticamente todos los avances tecnológicos a lo largo de la historia.
El mismísimo Platón, en su libro Fedro, dedica una extensa sección a mostrar a Sócrates argumentando que la escritura acabaría destruyendo la memoria de la gente. En 1843, el autor de La Letra Escarlata, Nathaniel Hawthorne, advertía de una tecnología tan terrible que haría que aquellos nacidos después de su aparición perderían la capacidad de mantener una conversación. La “nueva tecnología” en cuestión era la estufa de hierro, que vendría a reemplazar a las chimeneas.
Si hoy pensamos que se ha perdido la capacidad de mantener la vista en un libro durante más de unos segundos, merece la pena recordar que, durante el siglo XVIII, las novelas fueron vistas con recelo, ya que se creía que absorbían demasiado la atención de los lectores y les distraían de «asuntos más serios». En la década de los 50 se culpaba a los cómics de erosionar la capacidad de análisis de los jóvenes. Y así hay cientos de ejemplos. Seguro que tú, estimado lector, estás pensando ya en alguno.
El caso es que, en la actualidad, el debate se centra en el impacto de los dispositivos móviles, las redes sociales y los “vídeos virales”, generalmente de unos pocos segundos de duración. Pero ¿cómo podemos estar seguros de que esta vez la amenaza es real y no solo un nuevo episodio en la histórica resistencia al cambio?
…o, simplemente, la estamos enfocando de manera distinta? A pesar de todas las preocupaciones que hemos citado sobre la pérdida de concentración, hay indicios claros de que nuestra capacidad de atención no se ha debilitado, sino que se ha adaptado a las nuevas formas de consumo de información. Ya no leemos libros del tirón, pero somos capaces de pegarnos horas viendo series; o jugando a videojuegos complejos que requieren estrategias muy precisas, o escuchando largas sesiones de podcasts especializados.
Los vídeos en plataformas como TikTok o Instagram pueden durar segundos, pero muchos usuarios y creadores invierten horas para elaborar su contenido, practicando coreografías, editándolos o elaborando sus guiones con precisión milimétrica. En su artículo, Immerwahr cita a Chris Hayes, presentador de la MSNBC y autor del influyente libro The Siren’s Call, cuyo subtítulo se puede traducir como: “cómo la atención se convirtió en el recurso más amenazado del mundo”.
Hayes compara el actual bombardeo de estímulos con las luces brillantes y parpadeantes de un casino abierto las 24 horas, todos los días de la semana. Pero parece olvidar que, incluso en el mundo de los juegos de azar, los mejores casinos online en España son capaces de captar y mantener la atención del usuario por largos periodos de tiempo. A ver si el problema no va a ser la pérdida de atención, sino la dificultad de algunas personas para adaptarse a esta nueva configuración…
Otro concepto que menciona Hayes es el del “capitalismo de la atención”: las grandes plataformas digitales compiten por captar y retener nuestra mirada, mediante complicados algoritmos que optimizan el contenido para que sea lo más adictivo posible. Y parece ser que esto es un problema porque nuestra atención se dirige a unos contenidos inanes, diseñados específicamente para maximizar el tiempo de permanencia en una plataforma concreta, en vez de fomentar un aprendizaje profundo a la reflexión crítica.
Y, digo yo, ¿por qué todo tiene que ser profundo y reflexivo? ¿Qué tiene de malo el entretenimiento, el ocio, la evasión de la realidad? Immerwahr considera que estamos midiendo el problema con criterios antiguos. En la era digital, el consumo de contenido es más participativo. Ya no solo leemos, sino que comentamos, creamos y compartimos. La atención ya no es solo lineal; ahora es fragmentada, pero también más flexible y diversa.
En vez de lamentar la pérdida de antiguas formas de concentración, tal vez deberíamos centrarnos en gestionar nuestra atención de manera más consciente y productiva en este nuevo escenario digital. Y es que, hoy en día, la atención ya no se mide por nuestra capacidad de leer Canción de Hielo y Fuego de una sentada, sino por nuestra habilidad para procesar información rápidamente, adaptarnos a entornos digitales cambiantes y mantener el interés en actividades interactivas durante largos periodos de tiempo.
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