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La contaminación lumínica aumenta más de un 2% al año

Entre 2012 y 2016 la iluminación artificial nocturna ha aumentado un 9,1% a escala global. Esta contaminación lumínica, producida por una excesiva o mala iluminación, supone un derroche energético que pone en peligro la salud humana y la de los ecosistemas.

La preocupación por la contaminación lumínica surgió en el ámbito astronómico por la pérdida de calidad del cielo que perjudica las observaciones, pero en la última década han proliferado estudios que relacionan el exceso de iluminación nocturna con problemas en nuestra salud y con perjuicios en los ecosistemas que, sumados al derroche energético, muestran la importancia de regular la iluminación artificial.

Entre 2012 y 2016 la iluminación artificial nocturna ha aumentado un 9,1%, a pesar del uso de sistemas de iluminación más eficientes

Hoy se publica en Science Advances un estudio internacional que revela un claro aumento de las superficies iluminadas a escala mundial. Este incremento, de un 2,2% anual tanto en extensión como en intensidad, tiene lugar en un momento de transición a sistemas de iluminación LED, más capaces de reducir la emisión al espacio y su intensidad a demanda.

Los datos se han recogido con el radiómetro de imágenes por infrarrojos visibles (VIIRS) a bordo del satélite meteorológico Suomi NPP. Entre 2012 y 2016, con este instrumento se ha registrado que la iluminación artificial nocturna se ha elevado un 9,1%, a pesar del uso de sistemas de iluminación más eficientes.

«Los LED aún no están ayudando a reducir de manera global la contaminación lumínica y puede que estén ayudando a incrementarla», indica Alejandro Sánchez de Miguel, investigador del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC) que participa en el trabajo.

Este efecto rebote tiene antecedentes históricos, en los que el aumento de la eficiencia en la iluminación y la reducción de su coste generan un aumento del consumo en lugar de un descenso (comienzan a iluminarse regiones oscuras o se programa el alumbrado desde el atardecer).

El constante aumento de la iluminación nocturna ha ocasionado que la mitad de Europa y un cuarto de Norteamérica sufran una ‘pérdida de la noche’ generalizada, con la consiguiente modificación de los ciclos día y noche.

Cambios anuales medios en la superficie iluminada artificialmente en la Tierra y en el brillo de las zonas con iluminación estable. / C.C.M. Kyba et al.

Los resultados del estudio muestran un aumento inequívoco de la iluminación en América del Sur, Asia y África, el descenso en ciertas regiones, entre ellas las que sufren conflictos armados, como Siria o Yemen, y el estancamiento en países como Estados Unidos, Italia o España, los más iluminados a escala mundial.

Estados Unidos, España e Italia son los países más iluminados a escala mundial, pero se ha producido un estancamiento

«En el caso de España, hemos visto que desde 2012 se ha estabilizado pero no ha decrecido la contaminación lumínica”, señala Sánchez de Miguel. “Vemos que en algunas grandes ciudades como Madrid el satélite recibe menos señal, pero eso se debe a una limitación del mismo para detectar la luz azul, que es intrínsecamente más contaminante”.

“Es un casi similar al que vemos en Milán, pero menos pronunciado –añade el experto–. Necesitamos explotar las posibilidades de las imágenes que toman los astronautas de la estación espacial internacional para poder medir el verdadero impacto, pero los datos actuales son suficientes para ver que globalmente estamos empeorando”.

En un plazo medio, parece que la iluminación artificial seguirá en aumento, erosionando las regiones de la Tierra que todavía experimentan ciclos naturales de día y noche. Un dato preocupante, porque la contaminación lumínica amenaza al 30% de los vertebrados y al 60% de los invertebrados nocturnos, tiene efectos sobre la fauna, flora y los microorganismos y cada vez más estudios señalan su impacto en la salud humana.

«Está probado que una mayor eficiencia energética no produce menores consumos energéticos globales: para lograr lo segundo necesitamos realizar un control de emisiones como se hace con las emisiones de dióxido de carbono. Además, hay que desarrollar políticas de alumbrado que contemplen el problema de la contaminación lumínica y intensificar el uso de sistemas eficientes: bien usados, los LED ámbar podrían ser la solución al problema», apunta Sánchez de Miguel.

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