La capital de Suecia ha sufrido por quinta noche consecutiva disturbios en algunos barrios. Estos incidentes empiezan a poner en evidencia el mito existente en torno al Estado del Bienestar imperante en los países nórdicos; según la OCDE Suecia ha sido el país desarrollado que más ha visto incrementar sus desigualdades sociales en el último cuarto de siglo.
Aunque hay voces que apuntan a que la motivación principal de estos disturbios proceden del islamismo radical –el epicentro de los mismos es un suburbio llamado Husby, en donde el 80% de los 11.000 residentes son inmigrantes-, otros expertos apuntan a que, si bien son las comunidades foráneas las principales causantes de los altercados, bien pueden haber surgido fruto del descontento ante la falta de perspectivas.
También se apunta a un gamberrismo juvenil sin mayor trascendencia política, como fue el caso de los altercados que sacudieron Londres hace dos años. Esto se debe a que los ataques no se han producido contra objetivos concretos. Tan malparada ha quedado una sucursal bancaria como una librería.
Sea cual fuere la motivación, o el conjunto de motivaciones, que han derivado en violencia urbana, hay un debate abierto ahora mismo del cual surge una pregunta.
El debate tiene que ver con la inmigración. El 15% de la población residente en el país procede de otros lugares (Iraq, Somalia, Afganistán y Siria son los principales lugares de origen, aunque también hay muchas personas procedentes de los Balcanes), la mayor proporción de todos los países nórdicos. La pregunta que surge a continuación es hasta qué punto los afamados servicios sociales suecos y la estabilidad que prometen funcionan realmente.
El desencadenante de la oleada de disturbios se remonta a la semana pasada, cuando un inmigrante con problemas psíquicos murió por disparos de la policía en su apartamento en Husby, donde se había encerrado con su compañera.
Los agentes aseguraron haber disparado en defensa propia al ser amenazados supuestamente con un hacha, aunque la actuación irregular de las fuerzas del orden provocó protestas de los vecinos y la apertura de una investigación interna de la Policía de Estocolmo.
Las denuncias de los vecinos recogidas por los medios suecos, criticando las cargas policiales contra niños y ancianos y supuestos insultos racistas de los agentes como «negros», «ratas» o «monos», recrudecieron los enfrentamientos, que se extendieron a la vez a otros lugares.
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