La cobertura mediática sobre el país heleno se reduce mientras muchos de sus problemas se agravan. El día que llegué a Atenas hubo dos cuestiones que me impactaron por encima de las demás. La cantidad de personas que duermen a la intemperie y las decenas de cámaras de televisión que tenían tomada la plaza Sintagma y alrededores. Tres semanas después los “sin techo” siguen, pero las cámaras se han ido. ¿Por qué Grecia ya no ocupa portadas ni sumarios?
Quizá no haya nada que contar aquí, o haya mucho de lo que informar en otros lugares. Quizá el periodismo, con excepciones, haya decidido seguir la agenda y las declaraciones de los políticos, y no la repercusión social de sus decisiones. O quizá vivamos en una era llena de tantos estímulos que rápidamente nos aburrimos, o lo que es peor, nos volvamos inmunes al sufrimiento ajeno.
El huevo, la gallina y la Agenda Setting
El caso a resolver es el siguiente. Si en Grecia todo sigue en su “maldita normalidad”, como describió acertadamente el periodista Hibai Arbide en su artículo en CTXT, con miles de refugiados acampando en plazas y parques, miles de personas sin acceso a la sanidad o más recortes en los sectores más vulnerables, ¿por qué ya no es protagonista en los medios? Es posible que la pregunta tenga varias respuestas válidas.
Una, la Teoría de la Agenda-setting. Un concepto que todo periodista aprende en sus años de formación. Dicha teoría se refiere a cómo los medios influyen en el público dando relevancia a determinados temas y no con las opiniones que se den sobre ellos. Es decir, la influencia no está en el cómo, sino en el qué. Si las cámaras apuntan al Parlamento y no a los parques, la realidad sobre la que debatiremos será la de Alexis Tsipras claudicando en sus principios, y no la de las personas que se han quedado sin hogar víctimas de la “austeridad necesaria”.
En Grecia hay varios dramas humanitarios abiertos, como el de los refugiados, el de los drogodependientes, el de los suicidios o el de la malnutrición. Sin embargo, como apenas se ven, no hay campañas internacionales que los denuncien. Esos dramas no nacen de ninguna catástrofe natural, sino del sistema político.
Quizá sea esa una de las explicaciones por las que pasen relativamente desapercibidos. No dudar del Status Quo político al que pertenecen los grandes canales de comunicación.
Otro de los motivos por los que es posible que Grecia no sea portada es porque en líneas generales la narrativa mediática necesita principio, nudo y desenlace, y cuanto antes. Y este cuento ya ha cumplido las tres fases.
El principio fue el referéndum, el nudo las reuniones, principalmente las del Eurogrupo y las de Syriza, y el desenlace la “derrota” diplomática de Tsipras. El periodismo político abandonó en esa firma del primer ministro griego gran parte de su interés por Atenas. Tsipras iba a por el órdago, se lo pusieron a él, y ahora Grecia cumple fielmente por la vía ortodoxa, nunca mejor dicho. Lo que ocurra en sus calles es tema local. Caso cerrado.
La tercera razón que podría explicar por qué Grecia ya no ocupa un espacio protagónico en los medios de comunicación, a pesar de no haber cambiado nada a mejor, somos nosotros. Los consumidores de información. Aquí vendría a cuento la historia del huevo y la gallina aplicado al periodismo. ¿Nos dan lo que quieren, o lo que queremos?
Si los medios de comunicación son hijos de su tiempo, nosotros también. Queremos las cosas rápidas, fáciles y concisas. Y por supuesto, novedosas.
Hablar ininterrumpidamente de Grecia durante un mes en portada o sumario, sea de lo que sea, no cumple esas condiciones. Incluso para la mayoría de los griegos resulta agotador. Así que paulatinamente la crisis helena va dejando su espacio a otros asuntos que se antojan más relevantes o que puedan captar mejor y más nuestra atención. Cuanto más público, mayor dinero ingresado de la publicidad. Grecia, no aburras.
Sin embargo, si me permiten la aventura imaginaria, creo que si Grecia hubiera sido díscola, y hubiera dicho “no” al plan del Eurogrupo, centenares de reportajes humanos sobre las consecuencias sociales de la decisión de Tsipras llenarían periódicos, radios y televisiones. Ahí Grecia no nos aburriría. Incluso cabría la posibilidad de que el gentilicio “griego” se convirtiera en adjetivo peyorativo, como parece haber sucedido con “venezolano”.
Lejos de elucubraciones personales, Sintagma está vacía de cámaras de televisión a estas horas de la noche, mientras en las calles cercanas muchas personas buscan lugar para dormir.
Quizá la respuesta a la pregunta esté ahí. Grecia no será más protagonista, de momento, porque se ha contado parte de su historia política. No de su historia social (¡cómo si no tuvieran nada que ver!). Los osados que quieran contar esa realidad, con sus éxitos y sus dramas, correrán el riesgo de caer en el sensacionalismo o en la condescendencia. Aunque pecar de ese lado de la balanza quizá sea lo más justo.
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