Llegó la revolución en enero de 1959 y fue quien elevó al niño Fidelito Castro Díaz Balart en una cercana localidad habanera para sumarlo a la Caravana de la Libertad que entraría a la ciudad capital.
Pasó el tiempo. Las memorias se fueron olvidando. Junto a ellas, los hombres que las protagonizaron tomaron el camino del cementerio en panteones militares o de veteranos.
El Bebo, allá por los 80s regresó de Suecia con la propuesta de traer unas máquinas, como las viejas vitrolas, donde depositar las latas de cervezas y refrescos para entonces devolver en agradecimiento a los niños unos cuantos caramelos.
Nunca le aprobaron la idea. Ni tan siquiera traer uno a modo de prueba. Adiós a incentivar la limpieza, el ahorro y el reciclaje. La negativa fue un cóctel de burocracia con miedo, terror y pánico a algo “no establecido”.
Desde lo alto de los cielos, muy por encima de donde haya podido observar cualquier cosmonauta la inhabitabilidad del cosmos, el tío Bebo, Humberto García Morera, debe estar horrorizado de tanta lata tirada en la calle por la indolencia de las gentes y la incapacidad de los gobiernos locales por recogerlas y darles merecido destino.
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El tío Bebo y ese reguero de latas por toda la ciudad
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