Los mayorcitos de edad, más vulnerables por el peso de tantos años sobre las costillas, carentes ya de fuerzas para soportar una hora de pie en fila, recordamos aquellas aventuras televisadas de El Zorro con ese simpático y regordete personaje del sargento García.
Nos cantaba el de las tres barras angulares en su uniforme una melodía que decía: “Que no cunda el pánico/que no cunda el pánico/ que no cunda el pánico/cállate, ‘soldao’/ A mí me quitaron la perla…”.
El pánico, el caos, la desesperanza es precisamente lo que hay que evitar desde un extraordinario esfuerzo personal hasta otro no menos importante y decisivo al nivel gubernamental.
Vean eso de que, en pleno colapso energético en toda la isla, el huracán Oscar arremetió sin piedad alguna contra las provincias más orientales, principalmente en las zonas de Baracoa y Maisí.
Siete fallecidos de momento cuando aún las fuerzas de rescate y salvamento no han podido llegar a zonas muy intrincadas de la serranía. Más de mil casas sin techo y otro tanto con importantes daños estructurales. Por faltar, hasta precisan de agua potable además de alimentos.
Hacia esos escenarios del desastre se ha trasladado la plana mayor de la nación. Cada uno de ellos con la premisa de que no estarán solos ni olvidados en la recuperación de lo perdido por la fuerza de las aguas al descender de las montañas.
Hay voluntad manifiesta, pero no los recursos económicos suficientes. No habrá otra alternativa que solicitar ayuda internacional y dejar a un lado el orgullo.