Lo que nos faltaba, que entre tantas penurias e incertidumbres locales e internacionales, nuestros científicos y expertos nos anuncien que el polvo del desierto de Sahara esté haciendo de las suyas en la salud, ganadería y agricultura insulares.
La ingrata noticia ha venido en boca de especialistas del Centro de Pronósticos del Instituto de Meteorología, que desde hace más de treinta años nos apuntan que las nubes de polvo llegadas desde ese desierto, sólo conocido casi siempre por los filmes de aventuras, contribuyen a la diseminación o transporte de microorganimos patógenos que inciden en los sembrados, la masa ganadera y, lo que es peor, en nuestra salud.
Y son los vientos alisios, que van en aumento año tras año, los transportistas por excelencia de múltiples calamidades.
Ya los científicos se aprestan, vía satelital, a monitorear y estudiar tan dañino fenómeno. Nuestros burócratas también de seguro tomarán nota. A nadie deberá extrañar que, por ejemplo, en el caso aún no resuelto de la agricultura, lluevan las justificaciones provenientes del Sahara y que el mal olor en algunas zonas de la ciudad se deba al tufillo de un camello en celo como parte de las 90 toneladas de polvo que se reciben anualmente en el Caribe.
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