Fue un conocido y respetado comentarista cinematográfico de entonces quien ideó colocar en la puerta de su casa un cartel donde anunciaba: “Prohibido hablar de la cosa”.
Como que le conocía, tuvo a bien en explicarme en pocas palabras su proclama de auto defensa: “Estoy hasta los huevos de que todo el que entra por esa puerta no hace más que preguntarme cómo veo la ‘cosa’, que si la ‘cosa’ está dura, que mire usted tal ‘cosa’ o más cual ‘cosa’. Con las mejores intenciones eran capaces de enviarte al hospital Psiquiátrico”.
Se me ocurrió comentárselo a mi amigo y colega Mauricio Vicent (QEPD), corresponsal de El País, y al día siguiente la mitad de España estaba ya enterada.
Y como la historia, tan caprichosa que es, suele repetirse, aquellos que vivimos esos años de penuria nos ha tocado ver la película otra vez y confirmar el aquello de que segundas partes han sido peores.
No pienso agotar a nadie con el extenso anecdotario acumulado, aunque me voy a permitir contar sólo uno. Mi hijo pequeño aprendió a hablar en ese Período Especial: “Se pe pué la lu”.
Un vecino muy mayor, combatiente de la lucha clandestina, suele hacer la cola del pan normado, ese que se entrega por cartilla de racionamiento, a unos 150 metros del expendio. Alguien le hace el favor de avisarle cuando se aproxima su turno.
“Es que estoy” -me confiesa- “hasta los mismísimos cojones de escuchar la misma cantaleta de esos viejos de cómo está la ‘cosa’. Que no estoy pa´eso, que me van a matar de un infarto”.
La “cosa”, en fin.