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Manuel Gómez de Pablos, el profesional que salvó al sector eléctrico español

Esta entrevista realizada en mayo de 2003 a Manuel Gómez de Pablos se quedó sin publicar por accidentes de la vida. Hoy hemos decidido recuperarla como homenaje y muestra de respeto al gran profesional que salvó a principios de la década de los ochenta al sector eléctrico de una profunda crisis.
Nacer en el seno de una familia republicana, licenciarse en una ingeniería de caminos en la España de la posguerra, ser Director de Obras Hidráulicas en el 70 y alcanzar las presidencias de Iberduero y el Patrimonio Nacional, en principio, no parecen elementos fáciles de combinar entre sí. Sin embargo suponen la referencia vital de Manuel Gomez de Pablos, que hoy, desde el olimpo de la experiencia, esgrime un argumento vital que ha hecho posible su singular trayectoria: “Desde muy pequeñito apendí lo que era la tolerancia, y nunca se me ha olvidado”.
Su nacimiento en San Sebastián se debe al deseo de su madre, donostiarra, de alumbrar a su primer hijo en el seno de su familia, porque la infancia de Manuel Gomez de Pablos transcurre en aquel Madrid convulso con que se despedía la década de los veinte. El barrio de Chamberí era la referencia familiar y escolar. El padre, funcionario de ferrocarriles, ofrecía una declarada vocación por aquella República burguesa que pretendía modernizar a una España que se resistía al intento. El Instituto Escuela, nacido bajo la inspiración de la Institución Libre de Enseñanza, fue testigo de sus primeros pasos escolares.

Doña María de Maeztu impartía su magisterio en un pequeño chalé ,hoy desaparecido, en la calle del Cisne, a pocos metros de San Fermín de los Navarros, una de las iglesias mas características de la plutocracia madrileña de la época.

Era un centro mixto, cosa bastante singular en la época, donde acudían hijos de la burguesía liberal que se mezclaban alegremente con vástagos de funcionarios ilustrados que buscaban sazonar a sus retoños en las fuentes del racionalismo académico. “Yo tengo muy gratos recuerdos del Instituto Escuela. Entre otras cosas me sirvió para librarme de dos complejos, el social y el económico, porque entre mis compañeros había hijos de gente muy importante. Era una institución muy liberal, tanto que allí no era obligatorio hacer la Primera Comunión.

Recuerdo que yo sí la hice. Me preparó Angeles Gasset, prima hermana de D. José, el filósofo. Evidentemente se trataba de un curso de religión, y como en aquella casa el catolicismo militante no era una moneda muy corriente, pues la familia se iba al jardín para que pudiéramos dar la clase. Ese espíritu de tolerancia me impactó, y me ha acompañado a lo largo de toda mi vida”.

Manuel Gomez de Pablos cumple 14 años el 11 de Agosto de 1.936, en octubre de ese mismo año las tropas del general Franco se aproximan a Madrid, y es evacuado a Barcelona. El Instituto Escuela se había encargado de organizar la salida de Madrid de aquellos alumnos cuyos padres deseaban alejarles de la guerra fratricida. “En Barcelona nos alojaron en el Palacio de Pedralbes y allí tuve como compañeros de clase a Miguel Negrin, hijo del que fuera presidente del gobierno republicano y a María Casares la hija de Casares Quiroga, que triunfó como actriz años después en París. Allí estuve hasta mayo que llegaron mis padres y alquilaron un piso. A mis hermanos pequeños les habían enviado a Paris, con los Ortega y Gasset,. Allí estuvimos hasta finales del año 39 que volvemos a Madrid”.

Mientras desgrana estos recuerdos el tono de Gomez de Pablos es relajado. Nada denota los duros episodios de debió vivir un adolescente desplazado de su hogar por la fuerza de la sinrazón mientras asistía al violento derrumbe de todo lo que habían constituido sus referencias vitales más inmediatas. Probablemente se trate de una demostración de su elegante “tolerancia”, de la que por cierto hará gala al recordar su posguerra en Madrid y su accidental ingreso en la aristocrática Escuela de Ingenieros de Caminos Canales y Puertos. Ni una frase para la opresión política reinante, ni un cometario sobre las penurias de la gente, ni siquiera un apunte jocoso sobre aquellos vehículos que penosamente arrastraban el origen de su propulsión, es decir el gasógeno. Nada. Algunas pinceladas sobre como, a partir de la recomendación de un amigo, cambió su intención de estudiar medicina por las difíciles pruebas de ingreso a la Escuela de Caminos, y poco mas.

Nuestro interlocutor vuelve a animarse al hablar de sus primeros años en la Escuela de Caminos.Con recursos no excesivamente abundantes en el hogar paterno, Manuel Gomez de Pablos consigue su primer trabajo. Saltos del Sil fue fundada en 1.944 por Jose Antonio Bravo, un ingeniero, miembro del consejo de administración del Banco Central, que contrató al padre de Gomez de Pablos como director financiero de la compañía hidroeléctrica, y a su sombra paterna, en las primeras vacaciones veraniegas de su carrera, aterriza en Galicia para trabajar a pié de obra con sus menguados conocimientos de topografía como todo bagaje profesional.

En aquella época el Banco Central estaba presidido por un personaje tan singular como era Ignacio Villalonga se había constituido en asidero y cobijo de liberales y republicanos. A mediados de los años cuarenta protagoniza una expansión territorial a la que acompaña de algunas iniciativas empresariales, casi siempre relacionadas con el mundo de la construcción y las obras públicas. El país estaba destrozado después de tres años de contienda fratricida, y su reconstrucción de revelaba como una necesidad de primer orden. Poco a poco Villalonga va rodeándose de notables ejecutivos. Probablemente el mas conocido de todos ellos fuera Antón Durán que, con el paso del tiempo se convertiría en el referente obligado de Dragados y Construcciones. En el ecuador de los cuarenta Villalonga, quizá a impulsos de otro de sus “protegidos”, Luis Sánchez Guerra, nombrado presidente de Saltos del Sil,a su vuelta del exilio, contrata al Joven Antón Duran precisamente para dirigir las obras de construcción de Saltos del Sil, alli coincidiría con el bisoño Gomez de Pablos. Corría el verano del 46 y se iniciaba la relación de nuestro protagonista con el mundo de las presas que tres décadas después le llevaría a la presidencia de las más hidráulica de las grandes eléctricas españolas, Iberduero.

Pero también aquel verano supuso para Manuel Gomez de Pablos el encuentro con la que luego habría de ser su primera mujer, Maria Luisa. “Yo, a las obras, mientras estudiaba la carrera, sólo iba en verano. Durante el curso yo trabajaba aquí, en Madrid, de cuatro a ocho de la tarde, y cobraba 2.000 pesetas al mes. Así que era el rey del mambo. Cuando termino la ingenieria me destinan a Galicia, a terminar la presa de Montefurado, y para allí me voy. Ya me había casado y empezaba a tener hijos. Cuando se termina la obra, me destinan a Alicante, para ser allí segundo jefe de la delegación de Dragados. Me encargan una obra en Callosa del Segura que tenía unos problemas tremendos, y Antón Durán se pone nervioso y comienza a presionarme. Así que tuve que recordarle que no yo había contratado la obra, ni había hecho el proyecto, y que sin embargo me estaba dejando los huesos en el empeño de sacarla adelante, pero la relación quedó muy deteriorada y opté por marcharme”.

Corría el año 53 y tenemos al joven ingeniero Manuel Gomez de Pablos, padre ya de una hija, de vuelta a Madrid en busca de trabajo. En Renfe termina encontrando un acomodo temporal.”Un amigo mío, Gregorio Valero, me propuso en aquellos días un trabajo complementario. Para por las tardes. Se trataba de una compañía suiza, Rodio, especializada en realizar trabajos de subsuelo, sondeo de reconocimientos y esos trabajos previos a la actividad de las grandes constructoras. Poco a poco me voy metiendo en la compañía y , al año, me despido de RENFE y empiezo a trabajar con los suizos a tiempo completo. Rhodio era propiedad de un italiano, el doctor Giovanni Rhodio que había trabajado y mucho con Mussolini, así que después de la guerra decidió cambiar de aires y se instaló en Suiza, desde donde controlaba compañías subsidiarias en media Europa. Eran los años de la reconstrucción europea y había trabajo para dar y tomar. Cuando ya llevaba un cierto tiempo trabajando para esta compañía recibo una carta del propio presidente proponiéndome ir a Indonesia a abrir una delegación. La verdad es que yo estaba dispuesto a viajar, pero lo de Indonesia no me tentaba mucho. Cuando me casé tuve un hijo cada año, así que en esa época yo debía tener ya cuatro o cincoy no era cuestión de irte con todos ellos a las antípodas. Y mientras estaba en esas recibí otra proposición, también desde la sede central de la compañía. En esta ocasión me preguntaban que si estaría interesado en desplazarme a Venezuela. Eso ya era otra cosa, así que, sin pensármelo dos veces, dije que sí, y el 4 de Julio de 1956, dejé a la familia en Madrid y salí con destino a Caracas”.

Son los años de la dictadura militar de Perez Jiménez. La férrea mano del teniente coronel dibuja autopistas, puentes, puertos, presas, y mientras la fisonomía de Caracas cambia vertiginosamente a manos de la aristocracia criolla acomodaticia con el dictador, súbitamente acometida por una fiebre constructora engrasada por la renta petrolera. El Cerro del Avila asiste absorto al nacimiento de una metrópoli moderna y desordenada surcada por autopistas y que apenas respeta el mítico Country Club y el aeropuerto de La Carlota. El resto del país sigue el ejemplo de la capital. Los grandes clanes familiares van abandonando sus feudos agrícolas tradicionales y se incorporan a la carrera industrial. “Fueron unos años estupendos –recuerda Gomez de Pablos- la economía venezolana marchaba como un tiro. Yo intervine en la construcción de la presa de Macagüa , que se construyó para proveer de energía eléctrica a una planta de aluminio que se iba a desarrollar en Guayanay. También participé en todos los sondeos previos para la construcción de un puente sobre el río Maracaibo. Pero llegó el 23 de enero de 1958 y cayó Perez Jiménez. Yo mandé todo el dinero que tenía a Suiza y embarqué a la familia con rumbo a España, porque ya estaban allí conmigo. Permanecí algunas semanas más en el país, resolviendo los asuntos pendientes y regresé a Madrid, donde seguí trabajando para Rodio”.

A su regreso a Madrid Gomez de Pablos se encuentra un país que ha comenzado a abandonar la autarquía y se introduce el el modelo desarrollista. “ Me convertí en el hombre de las presas. En aquellos momentos, en España, se estaban haciendo un montón. Así que yo trabajé para Hidroeléctrica Española, para Unión Eléctrica, para Iberduero, para todos. Así llegamos a 1.966 – continúa el relato- me dí cuenta de que el Rhodio ya había alcanzado todo el techo que se podía alcanzar y decidí marcharme. Me fui con los Camuñas y estuve un tiempo trabajando en sus negocios internacionales, hasta que un día me llama un antiguo compañero, Virgilio Oñate, que era director de Obras Hidráulicas, y me dice que el Ministro, Federico Silva, quiere verme para ofrecerme la dirección del Servicio Geológico de Obras Públicas, y esa había sido justo mi principal actividad en la empresa suiza, así que acepté y me lo pasé muy bien”. Y así hasta que en 1.970 cesa Federico Silva y su puesto lo ocupa Gonzalo Fernández de la Mora. De la mano del nuevo titular de Obras Públicas Gomez de Pablos accede a la Dirección General de Obras Hidráulicas. “Nunca he trabajado tanto. Mi Dirección General fue, al año siguiente la que tuvo mas gasto en España. Se inauguraban presas casi todos los días, se proyectaban abastecimientos y saneamientos a ritmos de vértigo. La actividad era frenética. Estuve en el Ministerio hasta 1.974. Ahí es cuando decido concederme un respiro. Había ahorrado algún dinerito y no tenía prisa por encontrar un trabajo concreto. Volví a hacer algunas cosas con los Camuñas, también colaboré con Enrique de la Mata, pero en plan relajado” apostilla.

La agonía del general Franco y el ocaso de su régimen lo vive nuestro protagonista desde fuera de la Administración. De las convulsiones de la época apenas guarda recuerdos, al menos que ponga de manifiesto a lo largo de esta entrevista. Rápidamente pasa a lo que habría de ser su gran reto profesional y vital. “Un día me llamó José Luis Marín, el hombre de confianza de José Entrecanales, para comentarme que en Iberduero estaban buscando un director general” y es ahí donde empieza la otra parte de la historia de Manuel Gomez de Pablos.

Iberduero era, en 1.978, un gigante herido. Fundada en 1944 a partir de la fusión de Hidroeléctrica Ibérica con Saltos del Duero representaba la primera aproximación de la oligarquía vizcaína surgida de la Restauración y que se mantenía nucleada entorno a los dos grandes bancos, el Bilbao y el Vizcaya generando dos bandos prácticamente irreconciliables en los que se cruzaban los apellidos. La Ibérica se debía a la iniciativa de los Ybarra que acampaban en el consejo de administración del Banco de Vizcaya y tenía prácticamente cautivo el mercado local, aunque apenas contaba con producción propia. Por el contrario, Saltos del Duero, estaba en la órbita del Banco de Bilbao, contaba con una producción generosa y muy barata, pero apenas contaba con clientes finales a los que vender su kilovatio. La fusión de ambas compañías representó el resugir empresarial de la Ria del Nervión desangrada tras la guerra civil. En la medida en que las rentas de la Orconera y la Franco-Belga menguaban y se multiplicaban los descendientes de aquellos míticos protagonistas de la industrialización vasca, nacimientos como el de Iberduero representaban un estímulo de indiscutible valor. Hasta tal punto es así que la presidencia de la compañía se ejercía por turno rotatorio entre los presidentes de las dos empresas originarias. Julio Arteche, con condado de su mismo nombre debido a la prodigalidad heráldica alfonsina, fue el primer presidente de Iberduero en su condición de primer espada del Banco de Bilbao. Le sucedió otro conde de similar cuño, el de Cadagüa, en esta ocasión cumpliendo turno por el Vizcaya. Pero la línea se rompe de la misma forma que la multiplicación de las patricias estirpes que pueblan el barrio residencial de Neguri quiebra el sagrado principio de que la presidencia de los dos grandes bancos vascos estará ocupada por alguno de sus miembros. En los albores de los setenta el consejo de administración del Bilbao nombra presidente a un extraño: José Angel Sánchez Asiaín, un joven y ambicioso catedrático que impulsa la profesionalización de la entidad ante el asombro de unas “familias” que se instalaron confortablemente en su amada condición de rentistas.

Sánchez Asiaín rompió con la tradición, y declinó ocupar el sillón de Iberduero que, por turno, le correspondía al Banco de Bilbao. De esta forma el 14 de octubre de 1977 un ingeniero “de la casa”, Pedro de Areitio ocupa la presidencia de la compañía eléctrica. Areitio tampoco era un miembro de la selecta casta de Neguri. Mas bien cabría calificarlo como un bilbaíno de pro. Su padre D. Dario, había sido bibliotecario y archivero de la Diputación de Vizcaya y un hermano del propio Pedro, Antón, ocupó la dirección de los Servicios jurídicos de Iberduero. Pero cuando Areitio se sienta en su sillón ya está puesta en marcha la bomba de relojería que constituyó la central nuclear de Lemóniz.

La energía nuclear llega a España a finales de los sesenta. La pequeña central de Santa María de Garoña, precisamente propiedad de Iberduero, puede considerarse la pionera. Cundía el ejemplo francés. Los herederos del general de Gaulle, en busca de una energía fiable, barata y que permitiera tender hacia el autoabastecimiento nacional, poblaron la geografía gala con una veintena de centrales en las que aún hoy reside buena parte de la fuerza estratégica francesa en el sector eléctrico europeo. Animados por la experiencia de Garoña, a los responsables de Iberduero no se les ocurrió nada mejor que localizar una instalación nuclear, en esta ocasión de dimensiones respetables a treinta kilómetros de Bilbao, asomada a la costa norte cantábrica. Es cierto que en aquellas fechas los movimientos ecologistas no pasaban de ser grupos de amigos mas o menos estrafalarios preocupados de cosas tan peregrinas como la salud de los peces o la contaminación medioambiental, en una zona como la ría bilbaína, donde si algo había eran precisamente emisiones de las mas diversas especies, generadas por las numerosas instalaciones fabriles que copaban su margen izquierda. Pero de repente apareció ETA e hizo del cierre de Lemóniz una bandera que caló en determinados estratos de una sociedad en descomposición como era la vizcaína a finales de los setenta, donde ya se percibía el desagradable olor de la descomposición de un tejido industrial, que apenas un lustro después debía ser desmantelado por su alto nivel de obsolescencia.

Paradójicamente, la banda terrorista en los años legendarios de su génesis señalaba la necesidad de contar con energía nuclear para garantizar la autosuficiencia energética de esa ensoñación que dieron en llamar Euskalherría independiente. Una ensoñación que llega a nuestros días arropada por un manto de sangre y terror, pero que a principios de los sesenta daba sus primeros pasos como viril escisión de las juventudes nacionalistas acunada con el frú-frú de las sotanas en la penumbra de sacristías y anteiglesias. Eran años en los que el activismo armado se limitaba a la colocación de algún que otro artefacto, casi siempre defectuoso en alguna vía férrea, mientras se producían cantidades ingentes de literatura seudo política en un desesperado esfuerzo por hacer maridar dos conceptos antitéticos: revolución de inspiración marxista y nacionalismo de profundas raices pequeño-burguesas. La primera victima mortal de la banda terrorista, el guardia civil José Paradinas, asesinado por el joven Xavier Echevarrieta, que a su vez cae abatido pocas horas después en un control policial, marcan el inicio de una macabra escalada que desde el 7 de junio de 1.968 se ha prolongado hasta hoy

En la década de los setenta la agonía del general Franco marca el tiempo de su propia obra política y se observa una gran inestabilidad social. La banda terrorista sufre en aquellos años deserciones y escisiones, pero mantiene intacta su capacidad de matar, aunque necesita un objetivo de mayor visibilidad social que su confusa cantinela nacionalista y encuentra en la central nuclear de Lemóniz su particular icono. La instalación es objeto de innumerables atentados, sus trabajadores son amenazados y los directivos viven bajo un régimen de terror que tiene su sangriento epílogo en los asesinatos de los ingenieros José María Ryan y Angel Pascual. Este es el panorama con el que Pedro Areitio de hace cargo de Iberduero. Manuel Gomez de Pablos llegaría un poco después, el 17 de febrero de 1.978 como director general.

“Yo llego a Iberduero un poco antes de la junta de accionistas de ese año, y estuve hasta final de año sin abrir la boca, escuchando a unos y a otros mientras tomaba notas. El día que llegué los de la ETA me recibieron con veinte petardos en otras tantas subestaciones de la compañía. Recuerdo que llamé a Ignacio Elorza “–irreemplazable hombre para todo de Iberduero en aquella época y con el que no se ha hecho la debida justicia- “ y le pregunté si lo de las bombas era pura rutina o se trataba de una celebración especial en mi honor. Me constestó que me las habían dedicado a mí, y pensé.. bueno es saberlo.Después de haber estudiado detenidamente la situación llegué a la conclusión de que Lemóniz no podía hacerse. Era enero del 79 y pedí hablar con el presidente y le informé de mis conclusiones. Areitio no me entendió y pensó que yo tenía miedo, así que le dije que al día siguiente trasladaba mi despacho a Lemóniz y así lo hice.La verdad es que la central no se podía hacer por un tema político. La obra estaba infectada por ETA. ¿Cómo vas a controlar un sitio donde hay 3.000 trabajadores entrando y saliendo todos los días?, y además con la oposición declarada de ETA y todo su entorno. Aquello generó una tensión importante en la cúpula de Iberduero entre quienes pensaban que había que continuar con la obra a cualquier precio y los que sosteníamos que había que pararla. Fue un período muy duro. Areitio sufrió mucho. Poco a poco el consejo se fue decantando al lado de los que pensábamos que era mejor paralizar la obra, Y así hasta que se produjo el asesinato de José María Ryan” enuncia un Manuel Gomez de Pablos al que se le crispa el semblante al recordar aquellos episodios.

Posiblemente, además de las dotes de persuasión de nuestro entrevistado, las opiniones en el consejo de administración de Iberduero a favor de paralizar la obra de Lemóniz, jugara un papel importante Angel Galíndez. El que fuera presidente del Banco de Vizcaya sentía Iberduero como algo muy suyo. Ingeniero de profesión había velado sus primeras armas en la empresa y siempre mantuvo una estrecha vinculación con ella. Aunque Gomez de Pablos no lo cita, en Bilbao se daba por seguro aquellos días que en la elección de Gomez de Pablos, primero como director general de Iberduero, y luego como Presidente, se pudo percibir la larga mano de Galíndez, una mano sin la que sería imposible entender buena parte de lo sucedido en el mundo empresarial vasco entre 1975 y 1.995. Pero además, y como elemento de disuasión definitivo el 29 de enero de 1.981 ETA secuestra al ingeniero llamado a dirigir la central una vez hubiese terminado su construcción. Cinco dias después aparece el cadáver de José Maria Ryan. Habían sido inútiles todos los esfuerzos por salvar su vida, la banda terrorista había cumplido su siniestra sentencia. Entre quienes intentaron evitar el trágico desenlace cundía la convicción de que la responsable del secuestro y ejecución de Ryan era una terrorista especialmente fría y despiadada llamada Maria Dolores González Cataraín, con “Yoyes” como nombre de guerra, que a su vez caería asesinada por sus propios compañeros tres lustros después.

Pocos meses después, concretamente en el mes de mayo del 81, Gomez de Pablos es nombrado presidente de Iberdrola por un abatido consejo de administración que todavía no se había repuesto del asesinato del ingeniero. Pero el golpe definitivo para la tristemente célebre central nuclear se lo propina, de nuevo ETA, un año después. El 5 de Mayo de 1.982 la banda terrorista asesina a Angel Pascual , el ingeniero jefe de la obra de Lemóniz. Una semana después Iberdrola suspende oficialmente la construcción de la central. En aquel recorte de la cornisa cantábrica habían quedado enterrada junto a la vida de dos ingenieros culpables de cumplir con su trabajo, una ingente cantidad de dinero que Iberdrola no sabía como reponer. Durante todos estos años el Gobierno de Madrid, y muy especialmente el presidente Calvo Sotelo se habían venido negando a admitir la paralización de las obras. En la distancia se consideraba que representaría una quiebra de la autoridad del Estado frente a un grupo de asesinos. Al final la sangre y la barbarie se impusieron, y Lemóniz comenzó a ingresar en el capítulo de los recuerdos.

Manuel Gomez de Pablos, convencido de la inviabilidad del proyecto había venido tendiendo los puentes mas insospechados, buscando apoyos para aquel dramático presente y necesarias complicidades para el futuro. “En aquellos años conseguí llegar a Felipe González. Todavía estaba en la oposición y creo recordar que fue Carlos Solchaga quien propició el encuentro. La fecha señalada alquilé una habitación en el Hotel Villamagna de Madrid y pedí que la prepararan para el almuerzo. Fue un encuentro grato. Yo era consciente de que estaba ante quien mas temprano que tarde, ocuparía la presidencia del Gobierno, y tenía sumo interés en explicarle cual era la dramática situación que estábamos viviendo en Iberduero. La sobremesa se prolongó un buen rato. Hubo buena química y hablamos de muchas cosas” sonríe Gomez de Pablos.

El cierre de Lemóniz puso en evidencia que Iberduero se encontraba en una situación próxima al colapso financiero. “decidí coger el toro por los cuernos”, recuerda Gomez de Pablos, “y me lancé a hacer eso que hoy se llama un road show. Hablé con inversores, banqueros, con todo el mundo. Les explicaba la situación de la compañía, les pedía paciencia y les aseguraba que la compañía se recuperaría como así fue. En esta etapa me ayudó mucho José Pemán que estaba en el Chase . En octubre del 82, cuando gana el PSOE yo ya tenía tendidos mis puentes con ellos. Quizá por eso me atribuyeron ciertas simpatías socialistas lo que no es cierto. Simplemente me dí cuenta de que iban a llegar al poder y que iban a hacer cosas, así que, había que estar allí”. Efectivamente hicieron cosas, entre otras sancionaron el llamado “parón nuclear”, desaguisado empresarial muy importante por el que se interrumpía la construcción de las centrales nucleares en curso, a cambio de lo que las compañías propietarias recibían las correspondientes compensaciones, Lemóniz fue metida en el paquete con calzador. El balance de las primeras escaramuzas con el flamante gobierno socialista difícilmente hubieran podido resultar para las compañías eléctricas en general y para Iberduero en particular. No hay que olvidar que pocos meses antes se daba por sentado que el primer gobierno del PSOE en la historia de España acometería sin contemplaciones la nacionalización del sector. El precio que tuvieron que pagar los empresarios privados fue asistir, impotentes, al meteórico despegue de la pública Endesa, algo poco precupante, sobre todo si se considera que apenas quince años después sería formalmente privatizada.“La moratoria fue fundamental, sentencia Gomez de Pablos, y lo fue porque cobrábamos por tener una central parada”.

Poco a poco las aguas vuelven a su cauce y nuestro protagonista abre un breve resquicio por el que ingresar en sus experiencias con la política como referente:” Recuerdo una anécdota con José María Oriol. A él le dolió mucho que en 1.983 yo declarase en no sé que medio de comunicación que los socialistas lo estaban haciendo bien. Lo curioso es que esto mismo lo dijo, y me parece que antes que yo Emilio Botín padre. La verdad es que, aunque le tenía un gran aprecio, D. José María y yo no podíamos ser mas dispares en origen, en sensibilidades políticas y hasta en empresas. El era Hidrola, Banesto UNESA y yo, pues Iberduero y los bancos vascos. Por cierto que también guardo buenos recuerdos de algunos políticos vascos de la época. Con el Lehendakari Ardanza mantuve una buena amistaad. Era un tío serio. Mario Fernández era muy fino, tenía una cabeza muy bien estructurada, también me causó una buena impresión Pedro Luis Uriarte. Ahora que no puedo decir lo mismo de Garaicoetxea. Ese era un señorito de Pamplona, muy frívolo. También conocí a Arzalluz , no me gustó y eso que decía muchos menos exabruptos que ahora, Ibarretxe se le parece. “ Gomez de Pablos “dixit”.

Al abrigo de las compensaciones por el “parón nuclear” y con la economía del país en fase de despegue, durante 1.985 las cosas comienzan a verse con menos dramatismo en Iberduero. Hay que pensar ya en el futuro en términos de normalidad y ahí es donde vuelve a aparecer la capacidad disuasoria de Gomez de Pablos “Me dí cuenta de que había que intentar conseguir una cierta estabilidad para el futuro del sector, así que me fui a ver a Carlos Solchaga para empezar a hablarle del acuerdo marco para el sector. Se trataba de regular con cordura, sin acogotar a las empresas.” Pocos meses después vería la luz el Marco Legal Estable, un referente para el sector de inapreciable valor en unos tiempos en que los tipos de interés subían como la espuma, mientras la peseta protagonizaba un espectacular despegue que terminaría en las amargas purgas devaluatorias del 92. Donde no funcionó la cintura de Gomez de Pablos fue en su intento de engullir a Sevillana de Electricidad, Electra de Viesgo o Reunidas de Zaragoza, y nada de fusiones, absorciones. “La cosa estaba clara. En Iberduero ya estábamos prácticamente recuperados y producíamos los kilovatios mas baratos del mercado. Se trataba de consolidar mercados, territorios. Se hubiera podido hacer una buena configuración del sector eléctrico, pero no me dejaron. Me lo impidió Pedro Toledo desde el Banco de Vizcaya, los políticos no intervinieron para nada.” La fusión definitiva, la que se realiza entre Iberduero e Hidroeléctrica Española, se produciría un par de años después, ya estrenados los noventa “Fue una consecuencia de la propia fusión entre el Bilbao y el Vizcaya realizada ya en tiempos del ínclito Emilio Ybarra” asegura.

Pero Manuel Gomez de Pablos, a partir de 1.986 compaginó la presidencia de Iberduero con el cargo de presidente del Patrimonio Nacional, algo así como el intendente de las propiedades de La Corona. “Yo conocía al Rey desde que, siendo príncipe, en el 70, le anduve enseñando presas por España. Luego habíamos coincidido en algunas ocasiones. En el 86 un día me llama y me dice que quiere separar la Casa Real del Patrimonio Nacional. Ambas habían permanecido unidas desde siempre, pero en Patrimonio habían surgido algunos problemas de orden económico que podrían acabar por salpicar a la Casa Real. A mí me entusiasmó la oferta, y de hecho los once años y cuatro dias que estuve allí constituyen uno de los episodios mas felices de mi vida. La verdad es que no resultó muy complicado. Se trataba de imprimir un nuevo giro al Patrimonio y conseguir mas recursos. Aquel año el presupuesto apenas llegaba a los 2.800 millones, así que me fui a hablar con el Presidente del Gobierno y dos años después habíamos conseguido que llegara a 12.000. La fórmula que apliqué fue bien simple. De hecho es la misma que he venido utilizando en todos mis cargos: primero tienes que tener un plan estratégico, en segundo lugar debes conseguir los recursos económicos suficientes, y por último hay que mostrar una imagen atractiva. Así de simple “señala un Gomez de Pablos que se muestra remiso a la hora de comentar su salida del Patrimonio “Como he apuntado pasé allí algo mas de once años sin cobrar una peseta. Es normal que cuando cambia el signo del Gobierno cambien al presidente del Patrimonio porque el nuevo jefe del ejecutivo quiera colocar allí a alguien que le resulte próximo, pero creo que conmigo no lo hicieron como se debía hacer” quizá aquí surja una sensación amarga. Manuel Gomez de Pablos se entendía con Felipe González, pero cuando Jose María Aznar era un desconocido en la política el presidente de Iberduero le invitaba puntualmente cada primero de enero a la celebración de su santo en Baqueira Beret, costumbre que según parece se mantiene viva.

Y antes de la despedida preguntamos a D. Manuel por la opinión que le merecen los códigos de buena conducta empresarial. Desde el magisterio de su experiencia apunta “ la bolsa es un escaparate necesario para cualquier compañía de cierto peso. A pesar de que no tiene alma, sus miembros son personas de carne y hueso. Buenísimas personas en muchos casos. Yo recuerdo que en las épocas complicadas de Iberdrola recibí una ayuda impagable a través de los consejos de Blas Calzada que era el director del Servicio de Estudios. Pero junto a personas de probidad contrastada también existen desaprensivos del mas diverso pelaje. Ahí está la cadena de escándalos internacionales que hemos vivido. Señores aparentemente cultos y arreglados que resultaron ser una cosa muy distinta a la que parecían.. Yo no quiero ser pesimista, pero los valores que hoy imperan no son los mas deseables. Lo tienes por ejemplo en la educación. Antes había unos maestros serios, hoy tienes unos enseñantes demasiado dados al compadreo con los alumnos y así es difícil poder establecer una escala de valores morales adecuada. Pero volviendo sobre los códigos de conducta empresariales, me parecen bien, posiblemente algo grandilocuentes, porque en definitiva de lo que se trata es de aplicar normas de buena educación”. Con la promesa de “aplicarnos “nos despedimos de nuestro entrevistado que a modo de declaración final nos espeta “ una cosa que me tiene muy preocupado es la crispación política que se percibe en el ambiente. Yo creo que el responsable máximo de una sociedad debe tener un cierto equilibrio personal que dé sosiego a la gente. Se consigue mucho mas. Nosotros hicimos una transición política que resultó un auténtico modelo. Con la práctica adquirida quizá no haya que tenerle miedo a las cosas” nos marchamos preguntándonos si con esta última demostración de tolerancia D. Manuel se estará refiriendo a que quizá se pueda discutir el actual marco estatutario si se hace desde posturas francas y leales.. quizá..

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Manuel Gómez de Pablos, el profesional que salvó al sector eléctrico español

Carlos Humanes y Rafael Alba

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