El único claxon que escuché en casi treinta días en Canadá fue cuando próximo a las cataratas, le hice una seña con la mano al conductor de una flamante Freightliner y accionó brevemente la sirena cual central azucarera cubana en sus mejores tiempos.
Preparando la maleta de viaje no pude menos que recordar cuando en aquellos duros años del llamado Período Especial en los 90s del siglo pasado, que de especial lo único que tenía eran limitaciones en todos los órdenes, debí viajar a Panamá en cumplimiento de una invitación de la Claptur (Confederación Latinoamericana de la Prensa Turística).
Como buen cubano, el ahorro de la dieta era necesario para comprar artículos de primer orden, de urgencia. Fue así que al final de la estancia las realicé todas de golpe. La joven cajera no pudo ocultar, al ver lo que facturaba, la pregunta de si pensaba viajar a la selva del Darién en ese entonces un camino ignorado para la actual y masiva emigración en busca de EEUU.
No era para menos: Comida enlatada, alimentos concentrados, condimentos, linternas recargables, velas, jabones, baterías, medicamentos, repelentes para insectos…
Más de un cuarto de siglo después la historia se repite porque por un motivo u otro tal parece que estamos condenados a las penurias emanadas desde el imperio gringo y aquellas locales erróneas nacidas por querer nadar a contracorriente que nos hacen tanto daño como las primeras.
Y vaya usted a saber si la empleada de Costco cuando escaneó la compra, entre las palabras que pronunció, que no logré interpretar por mi inglés de emergencia, habría pensado si pretendía viajar a los inhóspitos bosques canadienses en busca de osos pardos o blancos…