El hombre, que rondaría los 40 años de edad, no encontraba mejor metáfora para tratar a los subordinados que decirles “los quiero a mi lado en la trinchera”. Pero tenía un gran inconveniente: jamás había estado en una de ellas con un fusil encima y jugándose la vida.
Treinta años después, el lenguaje de barricada tiene no pocos herederos en la actual confrontación de ideas políticas, económicas o sociales que existen en la Cuba de hoy. Si una vez cursaron efecto, ya el tiempo las ha descartado por inservibles u obsoletas.
Por fortuna para este país, los hay con un lenguaje diferente. Hace poco me detuve a escuchar pacientemente a un joven primer secretario del partido comunista en un municipio y su lenguaje era diferente. Tenía la virtud de convencer a sus correligionarios con argumentos coloquiales, con los pies sobre la tierra de las dificultades del día a día y de la necesidad de un esfuerzo por hacerlas cambiar.
El error de algunos pesos pesados y también livianos que hacen política en Cuba está en no poder o no querer establecer la diferencia de, como dijo Fidel Castro en cierta ocasión a principios de la Revolución, determinar quiénes están contra la revolución y quienes están descontentas con ella.
Con credibilidad, transparencia, ejemplo y oratoria para estos tiempos se evitaría un peligro anunciado por el propio Fidel, que la revolución fuera capaz de autodestruirse sin la llegada de un marine a tierra insular.
Mucho cuidado en qué trinchera nos metemos.