El grupo de Florida profundiza en su particular sonido que mezcla el folk contemporáneo con las texturas de la música electrónica.
¿Digifolk? ¿Folktrónica? Los expertos en etiquetar los nuevos sonidos que aparecen en el cada vez más complicado mundo de la música popular contemporánea no terminan de ponerse de acuerdo. No debe resultarles fácil encontrar una palabra que capaz de describir la música que fabrica Hundred Water, una modernísima banda de Florida, ahora instalada en Los Angeles, que ha presentado hace muy pocos días ‘The Moon Rang Like A Bell’, su muy esperado segundo disco.
Ya con su trabajo anterior, que se llamaba como el grupo, este cuarteto; formado por la cantante y letrista Nicole Miglis y los multiinstrumentistas Trayer Tryon, Paul Giese y Zach Tetreault, consiguió llamar la atención de la crítica especializada y de algunos prestigiosos artistas de vanguardia como la neoyorquina Julia Holter, que se los llevó de gira. Y, por el momento, la racha continua.
Hundred Waters parece haber superado también el difícil examen de revalida que siempre supone el segundo capítulo en la historia de una banda que dirige sus pasos hacia el éxito. Al menos, por lo que respecta a la acogida que ha dispensado la prensa especializada a este ‘The Moon Rang Like A Bell’. Ahora falta saber si el público se suma al movimiento. Algo que no siempre resulta fácil de conseguir.
La idea predominante en la mayor parte de las críticas publicadas hasta ahora sobre esta nueva colección de canciones presentada por el grupo, parece ser que en ellas puede encontrarse la clave de un posible futuro para la música de nuestros días. Lo que puede ser cierto o no, desde luego. Sin embargo, de lo que no hay duda es de que los merecimientos acumulados aquí por Hundred Waters son suficientes para que sea abra un debate al respecto.
Como explica, por ejemplo, Mark Richardson en Pitchfork, una de las webs que han apostado con más fuerza por esta banda, el sonido del grupo parece crecer en un terreno intermedio entre el ‘freak folk’ de Devendra Banhart y Coco Rosie y la electrónica de vanguardia.
Un territorio relativamente inexplorado que, cuando las cosas salen bien, puede encontrarse en los límites establecidos en la década de los sesenta por visionarios maravillosos como ‘The Incredible String Band’.
Pero que, cuando la brújula no funciona, también puede adentrarse por los vericuetos del más puro aburrimiento en los que estableció su campamento el peor Vangelis. Un tipo que, a pesar de sus multiples deslices, también hizo unas cuantas cosas que, desde mi punto de vista, pueden recordarse sin sonrojo.
Aunque quizá la referencia más inmediata para etiquetar por ‘simpatía` el sonido de Hundred Waters sea Björk. O mejor dicho, algunos de los trabajos más asequibles de esta artista finlandesa que siempre cuenta con el beneplácito de la crítica, aunque no todos sus discos, al menos en mi opinión, sean merecedores de unos elogios tan unánimes como los que suele recibir. Claro que sin duda sus millones de fans no pensaran lo mismo.
Como suele hacer Björk, los cuatro componentes de Hundred Waters se preocupan sobremanera por el sonido, el clima y los ambientes que rodean a las melodías. Tanto que, en ocasiones, son la parte fundamental de la canción. La calidad, a veces casi obsesiva, que alcanzan en este ‘maridaje’ roza la orfebrería pura. Se necesita tiempo y atención para disfrutar de todos los matices de un disco, autoproducido por el grupo, en el que se ha cuidado cada detalle.
La manera en que las texturas producidas con los instrumentos acústicos se enredan con la voz y con los efectos y los teclados electrónicos alcanza unas cotas de maestría que no parecen propias de una banda con sólo dos discos. Pero esto no es viejo ‘ambient’. Ni tampoco’new age’. Hay ritmo y músculo en una propuesta que tiene algunos momentos puramente bailables. Por ejemplo, ‘Xtalk’, por el momento, mi canción favorita del álbum.
Ya desde el principio, desde ‘Show me love’, esa deliciosa miniatura vocal con la que se abre el disco, las cartas están sobre la mesa. Los susurros de Nicole Miglis son el inicio perfecto para un intenso viaje de 49 minutos, con sus momentos de relax y de expansión, en el que Hundred Waters, nos introducirá en su mundo, un lugar lleno de riesgos y vericuetos sonoros impredecibles, donde uno puede sentirse realmente bien si está dispuesto a jugar este juego.
A mecerse con las insinuantes olas que dibujan los acordes de piano, simples pero contundentes, que conducen ‘Murmurs’ esa oda a la desesperación y el abandono que quizá le hubiera gustado firmar a más de una diva de las que hoy por hoy, llenan los estadios. O a introducirse en las atmósferas viciadas y agobiantes de Chambers (Passing Train), o a deslizarse por las sugerencias de ‘Out Alee’, cuya burbujeante melodía no termina de estallar nunca, sumergida en un imaginativo arreglo que mantiene viva la tensión durante más de cuatro minutos.
Todos estos aciertos, y unas cuantas buenas canciones más, hacen de ‘The Moon Rang Like A Bell’ un disco que merece la pena escuchar. Con independencia de que sea cierto o no que la música del futuro vaya a sonar de esta manera. No es un disco para todos los gustos, pero merece bastante más la pena que muchas otras cosas que también parecen llamadas a marcar la tendencia de un momento complicado, quizá pesimista, pero en el que se está escribiendo y grabando una música estimulante de verdad. O eso creo yo.
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‘The Moon Rang Like A Bell’, un disco de Hundred Waters
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