La banda de Adam Granduciel completa su disco más completo, tras un turbulento proceso de grabación que se alargó más de un año-
¿Es Adam Granduciel, el líder de la banda de Filadelfia The War on Drugs, un insoportable megalómano? La verdad es que hay algunas leyendas al respecto que pueden leerse en los portales de Internet especializados. Más aún ahora, tras haber publicado dos discos bendecidos por la flor y nata de la crítica ‘indie’ y haber completado unas cuantas giras que parecen haber asentado la popularidad de la banda. Y todo lo que se dice abunda en esa imagen de tipo sensible y atormentado, con muy pocos amigos que es capaz, sin embargo, de emocionar a muchos con su evanescente música.
Parece que el ‘perfeccionismo’ de Granduciel y la manera en que quiere cuidar cada mínimo detalle que suena en la música que fabrica, le convierten en uno de esos geniecillos intratables con los que nadie en su sano juicio querría trabajar. Una estrella conflictiva del nuevo country-rock psicodélico. O algo así. Pero, lo cierto, es que no hay demasiadas pruebas de que estos cuentos que cuentan sean ciertos y las pocas que hay, en general, no pasarían de ser consideradas como meramente circunstanciales si se someten a un juicio objetivo.
Sí es cierto, y está contrastado, que en los poco más o menos nueve años que han transcurrido desde que The War on Drugs está en activo, el grupo sólo ha completado tres discos. Todos muy recomendables, por cierto. Y también que los cambios de formación han sido constantes en este tiempo. Hasta el punto de que sólo David Hartley, el bajista, ha permanecido junto al líder a lo largo de todos estos años. Más o menos impasible al desaliento y a prueba de ‘volantazos’ inesperados.
Y eso, junto a las letras atormentadas y a una música contundente y clásica, pero llena de tensión, pueden ser buenas pistas de las tormentas que han sacudido una y otra vez a una banda que, sólo ahora, tras la publicación de ‘Lost in the Dream’ parece haber alcanzado cierta estabilidad. Aunque Patrick Berkery, el batería que grabó el disco haya sido sustituido ya por Charlie Hall. A cambio, el teclista Robbie Bennet parece haberse convertido en el tercer miembro fijo de la banda y su influencia en el sonido del grupo empieza a ser mayor.
La verdad es que, casi contra todo pronóstico, Granduciel parece capaz de sobrevivir a casi todo. Pudo, por ejemplo, mantener al grupo activo en 2008, cuando su compadre Kurt Vile decidió dejarle tirado poco después de que The War on Drugs publicará su primer disco ‘Wagonwheel Blues’, tras el que ya aparecieron las primeras comparaciones en los medios con grandes hitos comerciales de la música estadounidense como The Eagles, Fleetwood Mac o Tom Petty.
Vile prefirió volar en solitario. Y también ha conseguido establecerse por su cuenta, dentro de unas coordenadas parecidas a las que enmarcan el sonido de su antiguo grupo. Pero, eso nadie lo dudaba. Lo que no estaba tan claro es que ‘The War on Drugs’ pudiera seguir adelante sin su concurso. Y, sin embargo, así fue. Más aún. El siguiente álbum del grupo ‘Slave Ambient’ que aparecería en 2011, condujo a Granduciel a las puertas de un éxito masivo que no se llegó a concretar, porque los problemas personales y la depresión derivada de una dura ruptura sentimental le impidieron alcanzar una gloria que sus dedos habían llegado a rozar.
Pero todo ese bagaje le ha servido ahora para dar un paso adelante y completar ‘Lost in the Dream’, un disco en el que se reflejan todas estas pesadillas, pero que no se resiente por culpa de ellas. Ni en el que tampoco se aprecia, o sólo para bien, su agotador proceso de grabación que se ha prolongado durante más de un año y que, en algún momento, parecía que no iba a terminarse nunca, según los testimonios de los músicos implicados en la aventura, recogidos por la prensa especializada.
Desde el punto de vista de los oyentes. O, al menos, desde el mío. La espera ha merecido la pena. Hay algo salvaje y misterioso en los ambientes de este disco que envuelve unas estructuras clásicas, y unos juegos de guitarras, con el grado de distorsión justa, que evocan los grandes trabajos de Wilco, J. J. Cale y hasta Dire Straits. Por eso, persiste la tensión y se aprecia la sombra de un desasosiego y una ansiedad permanente que impide que la escucha resulte aburrida.
Quizá esto sea AOR (las famosas siglas inglesas para nombrar el rock comercial orientados hacia oídos adultos), pero no tiene nada de previsible ni de repetición sistemática de una fórmula de éxito. Lo que quizá no beneficie demasiado a la banda, desde el punto de vista de las listas de ventas, pero va a contribuir a que este ‘Lost in Dream’ se gane la confianza de los buenos aficionados y empiece a buscar desde ya su sitio propio en la turbulenta historia del rock reciente.
Son canciones largas, atmosféricas a ratos y siempre llenas de texturas, altibajos y ambientes casi impresionistas sobre los que repentinamente se instalan unos ritmos de batería reconocibles y unas melodías que apetece tararear que luego se desvanecen de nuevo, tras irse haciendo añicos paulatinamente. A veces, con la grandeza épica de los clásicos del rock de estadio y, a veces, con la intensidad lírica y contenida de los medios tiempos melancólicos y fugaces.
Aquí no hay concesiones al oyente, en forma de estribillo ‘tarareable’ de inmediato o de cabalgada épica que permita agitar los brazos mientras se insinúa un paso de baile. Pero sí muchas insinuaciones interesantes, más de una melodía memorable y un mundo propio y personal, construido con mucho mimo y esfuerzo por Granduciel y sus compañeros que tiene mucho que ofrecer a quien se atreva a destinar un tiempo a recorrer sus vericuetos sonoros.
Aunque conviene recordar que el viaje no será siempre cómodo. Hay ecos, aquí y allá, de viejas canciones que uno ha silbado en más de una ocasión. Un detalle que parece de Dylan, un ‘guitarrazo’ en tiempo débil que podría haber firmado Nils Lofgren, o un ‘crescendo’ que evoca los mejores momentos del Bruce Springteen más inspirado. Pero esa misma falsa impresión de que estamos ante un sonido cotidiano se convierte en un foco de intranquilidad cierto, cuando Granduciel, siempre lentamente, nos hace abandonar los territorios conocidos y nos lleva de la mano hasta otros lugares ignotos en los que muy pocos se había atrevido a adentrarse hasta ahora.
La cosa empieza bien desde el minuto uno con el riff ‘trastabilado’ de batería electrónica que da paso a los nueve intensos minutos de ‘Under the Pressure’, una canción que sirve perfectamente como carta de presentación para el disco, porque allí nos vamos a encontrar ya con casi todo lo que vendrá después. Y termina aún mejor, si cabe, con ‘In Reverse’, un fántastico ‘tour de force’ que se prolonga durante casi ocho minutos, en los que no hay apenas un momento de respiro.
Entre ambas, se nos ofrece la posibilidad de vivir una experiencia intensa, salpicada de momentos cumbres como ‘An Ocean in between the Waves’ o ‘Suffering’, disfrutando con la escucha de una obra que no ha sido compuesta, ni grabada, con intención de servir de música de fondo para la luna de miel de dos altos ejecutivos de Silicon Valley. Este es un disco que hay que escuchar con tiempo por delante y concentración máxima. Justo lo que Granduciel, ese nuevo aspirante al trono de mejor compositor del siglo XXI, ha invertido a espuertas en la fabricación de esta emocionante colección de canciones.