Rafael Martínez-Simancas Lo primero en la vida es la familia y Rafael es de la familia para cuantos estamos vinculados a EL BOLETIN y muy particularmente para mi que llevo alternando con su soltura literaria esta tribuna que él describió un día como un ático en el que coincidimos en muchas maneras de ver la vida, de apreciar sus cosas buenas que por fortuna son abundantes, y de criticar con ironía y buen humor — dentro de lo que cabe — las que no nos gustan, que tampoco son pocas, e incluso de sonreírnos ante las que nos hacen gracia, que son bastante menos de las que quisiéramos.

Estoy escribiendo de Rafael Martínez Simancas, claro, ¿qué otro Rafael tenemos en común?. Estos meses pasados, una larga retahíla de meses angustiosos, Rafael cambió la luminosidad del ático de su vida interior, que es habitualmente alegre y despejada, por un sótano en el que todo se veía oscuro, casi tenebroso. En el día a día sus lectores en estas páginas no se percataron de que no estaba atravesando por sus mejores momentos. Antes al contrario, estaba enfrentando una cruel e incierta enfermedad que le mantuvo en vilo y de la que, quiero apresurarme a contarlo, salió airoso.

Como no quería incomodar a nadie echándonos nuevas preocupaciones, ni los lectores, ni siquiera muchos amigos personales, nos enteramos hasta pasado un buen tiempo del sufrimiento que el cáncer, la enfermedad de nombre ya de por si estremecedor, de su dolencia, porque él no por sufrir la angustia de la incertidumbre ni el malestar insoportable de la quimioterapia, dejó ni de acudir a esta su cita bisemanal ni mucho menos dejó mantenerla en su tono habitual de buen ánimo. Muchos, también hay que apresurarse a recordarlo, nos hemos divertido leyendo lo que él había escrito aprovechando los viajes a la UCI o en las esperas por los siempre inquietantes diagnósticos en la ignorancia de todo lo que estaba sufriendo.

Porque, insisto, entonces nada dejó traslucir en sus artículos ni de su salud ni de su estado de ánimo. El ejemplo profesional y humano que derrochó Rafael durante ese tiempo es un monumento a la serenidad y al espíritu de lucha que le convertiría en vencedor. Ahora nos lo cuenta con su habitual brillantez narrativa y con su proverbial rigor informativo, en un libro “Sótano Octavo”, cuya lectura se convierte en una experiencia tan apasionante como dura para quien la ha vivido. Nada de lo que cuenta es alegre y sin embargo, se trata de un libro que además de aleccionador, resulta entretenido y en muchos momentos hasta divertido.

“Sótano Octavo” es sin duda un libro positivo, capaz de levantar el ánimo a quienes como le ocurrió a su autor y protagonista atraviesan circunstancias duras en su estado de salud para quienes se convierte en una lectura muy recomendable. Lo mismo que lo es para todos los amantes de la lectura, porque, además de poder profundizar en situaciones difíciles descritas con verdadera maestría, todos estamos expuestos permanentemente a tener que enfrentarnos con situaciones similares o parecidas y ante esa posibilidad la narración de Rafael prepara el ánimo y predispone a la voluntad a plantarle cara.

A quienes disfrutan con las columnas de Rafael Martínez Simancas – lo mismo que con sus trabajos radiofónicos — seguro que les resultará obvio que añada que su libro está muy bien escrito, con esa prosa clara, fácil y talentosa que siempre hace que sólo el punto final le incorpore un elemento frustrante que es el de la constatación de que se ha acabado. “Sótano Octavo” se lee de un tirón, con él se aprenden muchos detalles relacionados con la enfermedad que resultan interesantes, y de él se extraen conclusiones interesantes sobre algo tan íntimo, tan próximo y al mismo tiempo tan desconocido, como es nuestra propia vida.

Rafael emerge ahora de ese sótano en el que lo pasó mal y vuelve pletórico de ganas de vivir a su ático de vanguardia en la comunicación, escrita y audiovisual, dispuesto a seguirnos deleitando con sus columnas rebosantes de optimismo y sentido lúdico de nuestro paso por la vida y, en el paréntesis, en la espera de sus nuevas creaciones, nos lega esta joya sin ostentación ni pretensiones que la editorial – Edicciones B — describe muy bien como “Un testimonio valiente de cómo enfrentarse al cáncer”. Tan valiente como interesante, me permito añadir, aunque resulte redundante.

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Sótano Octavo

Diego Carcedo

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