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Daniel Lanois rinde tributo a la steel guitar en ‘Good Bye To Language’

El músico canadiense vuelve a la actividad con un disco etéreo y atmosférico que prescinde del ritmo y minimiza las melodías. A veces, puede dar vértigo enfrentarse sin anestesia con un disco de Daniel Lanois, ese alquimista del sonido que, a veces, se disfraza de cantautor de vanguardia y, otras, como ocurre en este ‘Goodbye to Language’ su último disco publicado hasta la fecha del que nos ocupamos hoy, prescinde de cualquier convencionalismo y se lanza directo y por derecho hacia la senda de la experimentación sonora.
 
Tiene su lógica. Ya saben ustedes que Lanois es un auténtico mago de los estudios de grabación, digitales o analógicos, que se ha sentado detrás de los controles de la mesa de mezclas con tipos tan interesantes y distintos entre sí como Brian Eno, Rick James, U2 o Bob Dylan, entre otros. Y que ha convertido en el sello diferenciador de su trabajo la mezcla bien ponderada entre la tecnología y el naturalismo.
 
También ha coqueteado con el ‘ambient’ y acreditado una gran capacidad de desorientar a sus seguidores, porque no le gusta repetirse y tampoco firma ningún trabajo nuevo si no ha encontrado algún mundo nuevo que explorar, una nueva idea que dejar esbozada, o algo contundente que decir. Por eso, sus trabajos suelen llegar al mercado rodeados de una oleada previa de respeto, similar a la que envuelve los discos de otros artistas de culto, quizá más fácilmente digeribles.
 

Así que, una vez más, no hay sorpresa en que haya vuelto a sacar al mercado un disco sorprendente y con vocación minoritaria del que todos los músicos del planeta, y los productores y los ingenieros van a tener muchas enseñanzas que extraer. Y que, también puede ser disfrutado, aunque, en mi opinión, con cautela y a tragos más bien cortos por los aficionados que quieran tener una idea del ropaje sonoro que envolverá los éxitos globales del futuro.
 
Para este disco Lanois ha partido de presupuestos sencillos, con los que ha obtenido un resultado complejo y vanguardista bastante alejado de lo que podía esperarse una vez conocida la naturalidad de los ingredientes básicos que aquí son bastante pocos, por cierto. Un par de guitarras de cuerdas de acero de las que se tocan exclusivamente por medio de la frotación con un tubo, de cristal o plomo, el ‘slide’.
 
Unos instrumentos que consiguen ese sonido metálico y frío que suele resultar imprescindible en los grupos de ‘country’ y que encontramos en muchas grabaciones de viejos blues. También en las bandas de rock sureño, la música hawaiana, el folk y todos los estilos derivados de la ‘americana’ y los sonidos tradicionales.
 
Lanois se encarga de la ‘pedal steel’, un monstruo de varios mástiles y entre veinte y treinta cuerdas, cuya afinación puede cambiarse inmediatamente con la presión del pie sobre los pedales y ha buscado como socio a Rocco Deluca, un virtuoso de estas técnicas que toca aquí una ‘lap steel’, un instrumento de la misma familia, pero bastante más sencillo en su construcción, que tiene sólo seis cuerdas, es la más parecida a las guitarras habituales y fue probablemente el origen de todo esto.
 

 
El resultado es tan volátil y tan etéreo que prescinde de cualquier ancla rítmica. Aquí no hay percusión, ni bajo, ni ninguna secuencia de notas repetidas tarareable o reconocible. Ni riffs, ni melodías. Sólo unos cuantos pasajes sonoros que estallan en el tiempo, se desarrollan y terminan, o se suceden, sin estridencias aparentes y con la calma como elemento diferenciador y que, sin embargo, están trufados de una incómoda tensión interior que aflora muy de cuando en cuando.
 
En otros tiempos, la década de los noventa del pasado siglo, más o menos, quizá este disco hubiera sido calificado como música ‘new age’, pero nunca se sabe. También podemos estar hablando de música étnica, por las características de sus instrumentos principales, ‘ambient’ o electrónica. Al final, lo mejor es oírlo, porque no se ajusta a las categorías habituales ni resulta fácil de describir.

De algún modo, Lanois y su compinche, han conseguido abrir una puerta hacia lo desconocido, y demostrar que no, que no es cierto en absoluto aquello que siempre se dice de que está todo inventado. Aún hay muchas zonas de sombra en los mapas sonoros universales y aún se necesitan exploradores con coraje para descubrirlas y cartografiarlas. Todo es cuestión de actitud.
 
Recuperamos aquí la visión inquieta de músicos de todos los tiempos que sintieron la necesidad de ir más allá, Steve Reich, Igor Stravinsky, Robert Fripp y sus King Crimson y, desde luego, el ya mencionadoBrian Eno. Una nómina de adelantados a sus tiempos en la que no podríamos incluir del todo a Lanois. No le gustaría, porque no se considera dotado del plus de genialidad que sí tendrían los artistas anteriormente mencionados
 
Si tuviera que señalar una ‘canción’ favorita quizá sería ‘Satie’, pero no parece muy adecuado utilizar esa palabra para definir cualquiera de los doce fragmentos de música que encontramos en el disco y que se extienden a lo largo de 36 minutos. Esto es más bien una obra unitaria, a ratos relajante y a ratos llena de tensión, que ofrece muchos momentos de gran belleza.

Pero no hay, ya digo, estructuras reconocibles en las que apoyarse para realizar el viaje. Lo recomendable es utilizar unos buenos cascos, tomarse el tiempo necesario y dejar que, a través de sucesivas escuchas, los sonidos que Lanois nos ofrece, lleguen paulatinamente a esas zonas del cerebro en las que se produce el deleite que proporciona la escucha de las combinaciones sonoras.
 
Estamos claro, ante una obra que apuesta por la creación de atmósferas sonoras en las que, en algún momento, hasta podríamos levitar. Como ya he dicho, no hay estridencias, ni golpes, ni griteríos, más bien momentos sonoros que aparecen y desaparecen súbitamente con la cadencia plácida del suave oleaje que encontramos en cualquier playa salvaje en un día de vientos apacibles. De ustedes depende decidir si les apetece sentarse a escuchar esta marea. Yo lo he hecho y me ha salido a cuenta.

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Daniel Lanois rinde tributo a la steel guitar en ‘Good Bye To Language’

Rafael Alba

No fui fotógrafo de "Playboy", pero sí hice allí entrevistas y artículos. Escribí sobre música en "Diario 16", "Geo", "El Gran Musical", "ZZPOP", "Audioprofesional", "Sterofonía" y "Backstage". En "El Economista", "America Económica", "Cuba Económica" y "La Revista de la Bolsa" intenté aprender economía. En "El Boletín" me metí en política. Y ahora he vuelto a lo mío. Pero lo que más me gusta es tocar la guitarra, así que no es raro verme subido al escenario de algún club…con Las Dos en Punto, por ejemplo.

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