La capital del pop europeo ha perdido el 43% de sus locales de concierto en la última década. ¿Puede convertirse Londres en otra aburrida ciudad europea de corte provinciano, sin actuaciones en directo, ni teatro y música de vanguardia? ¿Parece imposible? Tal vez. Pero quizá sea mejor no precipitarse y no dar nada por supuesto.
Quizá la tendencia en curso no llegue a culminar la devastación que anuncia, pero el peligro de que la capital europea del pop pierda su principal característica está ahí. Y manifiesta una tendencia alcista que preocupa en los ambientes de la industria cultural británica.
Al menos, eso podría desprenderse de la proliferación de cierres de locales de música en directo que se está produciendo en la ciudad últimamente. La cifra es sobrecogedora. En los últimos diez años, Londres se ha quedado sin el 43% de los locales de música en directo.
Todo por culpa de la burbuja inmobiliaria que padece esta ciudad y de la invasión de nuevos pisos de lujo que, además, parece concentrarse en algunos barrios y entornos en los que hasta hace muy poco sólo vivían artistas y bohemios.
Curiosamente fue esta característica la que dio renombre a unas zonas en las que ahora viven cada vez en mayor número otro tipo de inquilinos. Con bastante más dinero que gastar, probablemente, pero mucho más grises y prescindibles que sus moradores originales.
El alcalde, Boris Johnson, ha intentado nadar entre dos aguas. Pero no le está resultando fácil. Al fin y al cabo, buena parte de la pujanza turística de Londres tiene que ver con su potencia como localización de eventos musicales. Grandes, medianos y pequeños.
Y, en los últimos tiempos, la presión combinada del potente sector cultural británico y la ciudadanía de algunos barrios ha obligado a Johnson a intervenir a favor de los clubs de música en directo.
Lo hizo, por ejemplo, según se cuenta en un artículo de ‘The New York Times’, en 2013, cuando una inmobliaria que planeaba construir varias urbanizaciones de lujo en el barrio de SouthWark, pretendía de paso acabar con ‘The Ministry of Sound’, uno de los clubs más en boga en la zona cercana a la Estación de Waterloo.
El club sigue allí y los propietarios de las casas recién construidas saben que el ruido que proviene de este local se sitúa dentro de los márgenes fijados por el Ayuntamiento. De modo que no cabe protesta alguna sobre este particular.
De momento, el último local emblemático en peligro, por el momento, es la Royal Vauxhall Tavern, una taberna construida en 1860 que se había convertido en un pub clásico de la comunidad gay, también conocido por dar cobijo al teatro y la actuaciones en directo de los artistas más vanguardistas de Reino Unido.
Entre otras celebridades, al parecer, la princesa Diana, vestida de hombre, estuvo en el local varias veces, en el lejano 1980 acompañada por otro ilustre también tristemente desaparecido: el cantante de Queen, el inigualable Freddi Mercury, que ejercía de maestro de ceremonias. O eso cuentan las leyendas urbanas.
El club ha sido adquirido por la inmobiliaria austriaca Immovate International que, según los rumores, se propondría derribarla para hacer una urbanización de lujo. Los habituales del club organizaron una campaña de protesta en las redes sociales a la que se han sumado muchos artistas famosos.
La inmobiliaria niega la mayor y asegura que jamás pensó demoler el edificio, pero también se opone a que el Ayuntamiento incluya al edificio en la lista de patrimonio urbano protegido. Argumenta que los costes del seguro subirían tanto que, de todas maneras, el ‘Royall’ tendría que cerrar.
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