El joven cantautor de Vancouver conquista a la crítica y el público con su elegante cancionero. A los fans les encantan los cuentos de hadas que terminan bien. Tanto que, algunas veces, los pérfidos agentes de prensa de las estrellas del pop, se inventan directamente la historia de su protegido para convertir, el relato de unas peripecias que, en principio, no tendría ‘glamour’ alguno, en una fábula de superación, penalidades y victoria final.
Y eso es lo que, más o menos, podría haber pasado con Tobias Jesso Jr. , la última gran sensación llegada desde la escena californiana al mundo. Un cantautor canadiense de 29 años, armado de un piano una voz y un puñado de buenas canciones, que salió de su Vancouver natal, como bajista de una de tantas bandas ‘indies’, y se ha reconvertido en Los Angeles, en algo así como el Randy Newman del Siglo XXI.
Tobias forma parte, según las crónicas, de una especie de revival latente de la música de los solistas sentimentales de los setenta. Tipos como piano, como el mencionado Newman o el primer Tom Waits, o con guitarra, como Al Stewart o el siempre en forma James Taylor, que tuvieron su momento de gloria y, en algunos casos, supieron reconvertirse y mantenerse en primera línea mucho tiempo.
https://api.soundcloud.com/tracks/177455306
Y suponemos que dentro de muy poco, la red se llenará de videos de adolescentes interpretando estos cánticos con sus guitarras y sus teclados. Entre otras cosas, porque Tobias, que, según las hojas promocionales acaba de aprender a tocar el piano, no se ha complicado demasiado la vida con las armonías.
¿Para qué hacerlo si lo que vendemos es otra cosa? Esa inmediatez seductora, entre melancólica y agridulce que se pega al corazón y al silbido una y otra vez. Y, bendita sea, ayuda a ponerle mejor cara a cualquier día gris. Esa cualidad que tan pocos poseen y que siempre le sobró, por ejemplo, al gran Paul McCartney.
Por eso, también, los productores, nada menos que tres luminarias como JR White, Pat Carney y Ariel Rechtshaid, han optado en general por no complicarse demasiado la vida, dejar el piano como máximo protagonista de los arreglos y procurar que todo lo demás estorbe lo menos posible.
Lo cierto es que los temas de Tobias no molestan. Más aún. De alguna forma tienen la virtud, o la propiedad, de quedarse flotando por el ambiente mucho tiempo después de haber concluido. Eso es lo bueno, a mí entender.
Lo malo, que viene en el mismo paquete, es que no podemos decir de ninguna manera que no hayamos oído mil veces este tipo de lamentos, narrados, además con unas letras, en general muy por debajo de las melodías sobre las que cabalgan.
Casi como estas palabras no tuvieran más función que acompañar el parsimonioso fluir de las notas cantadas. Y quizá se trata de eso. De que los textos sean lo menos literarios posibles, para que no haya distracciones ni recovecos que puedan hacer dudar al oyente.
Finalmente, y como suele suceder, sólo el tiempo emitirá el auténtico dictamen, sobre si estas canciones están destinadas a la eternidad o, simplemente, se convierten en estrellas fugaces que pasaron como exhalaciones por el cielo superpoblado del pop actual.
Pero eso no me tocará contarlo a mí. Yo, de momento, me limito a pasar algún buen rato que otro con este disco. Y a silbar de vez en cuando alguna de estas melodías cuando tomó el metro. Y la verdad es que me ha gustado el álbum. A lo mejor es que a mi edad uno se conforma con poco. Vaya usted a saber.
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