Excursión al volcán Kawah Ijen en Indonesia donde los porteadores de azufre se juegan la salud por 1.000 rupias (0,07€) el kilo. El volcán Kawah Ijen se encuentra en Indonesia, en el este de Java. Si recorres esta isla por tierra camino a Bali es una parada muy interesante, te encontrarás una de las pocas minas de azufre explotadas a mano del mundo. Hay excursiones en furgonetas compartidas desde puntos turísticos como Yogyakarta o Bromo y es la mejor manera de hacerlo porque los autobuses en Indonesia son muy lentos, tienen malas combinaciones y el precio es similar.

La excursión comienza haciendo noche en Jember, un bonito pueblo donde sus habitantes se decican sobre todo al café y que cuenta con un sólo hotel, que prácticamente no ha cambiado en más de 100 años. Así que mejor no esperar mucho de las habitaciones, aunque seguramente tampoco las usarás demasiado. El entorno lo compensa: cuenta con piscina, ‘jacuzzi’ de agua natural caliente y la comida es bastante buena.

Tienes dos opciones, empezar la visita al volcán a la una de la mañana para ver las blue ligth, un fenómeno por el cual al entrar en contacto los gases del azufre a altas temperaturas con el agua genera una reacción química que en la oscuridad parece fuego azul y sólo se puede ver si sales a esa hora. Además te permite bajar hasta abajo de la mina, de donde obtienen el azufre. Otra opción es salir a las cuatro de la mañana y ver a los porteadores sólo la mitad del camino desde la cima hasta abajo y el lago. Las dos acaban sobre las 8 de la mañana.

No olvides llevar ropa de abrigo, subes a 2.799 metros de noche y las temperaturas no son precisamente tropicales. Vas acompañado de un guía, que suele haber trabajado anteriormente en la mina. El nuestro decía que él se hacía el trayecto cargado en una hora. No habla bien inglés por lo que la comunicación es difícil y te quedas con ganas de saber más de todo. Pero no importa porque impresiona verlos entre ellos haciendo bromas y con una actitud alegre pese a las condiciones en las que trabajan.

Si decides salir a la una vivirás una experiencia que no olvidarás. Tras la dura subida a la cima del volcán todavía te espera lo peor. Bajar por un complicado camino empedrado, cruzándote con los porteadores de azufre

Si decides salir a la una vivirás una experiencia que no olvidarás. Tras la dura subida a la cima del volcán todavía te espera lo peor. Bajar por un complicado camino empedrado, cruzándote con los porteadores de azufre. Abajo del volcán de donde obtienen la carga parece ciencia ficción. Estar allí es agobiante, no se puede aguantar mucho tiempo. Cuando viene una racha de viento cargada de vapores el ambiente es infernal, ataviado con una mascarilla desechable te lloran los ojos, toses y te preguntas cómo puede esa pobre gente trabajar ahí todos los días a costa de su salud.

La respuesta es sencilla. A pesar de ser un trabajo sobrehumano ganan más de lo que ganarían siendo agricultores y muchos necesitan ese dinero para procurar a su familia un futuro mejor. Hacen el recorrido de entre 1 y 4 horas algunos con un pañuelo húmedo para protegerse de los vapores tóxicos, otros sin nada. Cargados con unos 70 o 100 kilogramos de este elemento químico a la espalda hacen este duro trayecto 3 o 4 veces al día. Reciben por cada kilo 1000 rupias unos 0,07 euros, padeciendo enfermedades respiratorias y deformando su espalda.

Durante el trayecto los trabajadores ofrecen souvenirs de azufre ya sea en su estado natural o con diferentes formas como un corazón, una rana o una flor. También se ofrecen a que les hagas fotos, así obtienen unas rupias extras. Todo este circo montado alrededor de uno de los trabajos mas extremos del mundo tiene sobre mí un impacto extraño.

La excursión termina con una vista desde arriba del lago. El guía hace una fogata para calentar a los visitantes que en algunos casos termina fuera de control. Vuelta hacia abajo, donde a mitad de camino hay una tiendecilla para tomar un café o un té y el área donde pesan el azufre. En este camino de vuelta no podía parar de pensar si era real lo que acababa de vivir.

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Ijen, turismo tóxico

Jaime Pozas

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