Enorme, multitudinario fue el frenesí revolucionario entonces. No había mejor definición para esas personas a las que, popularmente, se les llamaba “de patria o muerte”. Fulanito o menganita eran gentes “de patria o muerte”. Y no había nada más que agregar. Eso lo decía todo. Absoluta confiabilidad y confianza sin importar si estaban o no cualificados.
La revolución comenzó a tomar forma, a radicalizarse a las buenas y a las malas. Algún que otro “patria o muerte” optó por abandonar el uniforme de miliciano para largarse del país. Con el tiempo fue decayendo esa frase a tal extremo que prácticamente su creador, Fidel Castro, era el único que la empleaba con tal fuerza de convencimiento que muchos la apoyaban.
Debieron pasar poco menos de tres décadas para que un grupo de jóvenes periodistas tuviéramos un encuentro con el escritor Onelio Jorge Cardoso, el cuentista mayor, que en mala hora a nadie le pasó por mente grabar para constancia de su importancia.
Todo lo contrario, ocurrió cuando Alejo Carpentier en 1975 ofreció su conferencia El periodista: un cronista de su tiempo, en los talleres del periódico Granma. Fue él quien decidió fuera en tan peculiar sitio, con esos olores tan característicos del plomo fundido en los linotipos y la tinta para imprimir pruebas de galera y páginas a corregir.
Memorable el paralelismo y las diferencias entre un periodista y un escritor. Su conferencia fue impresa. Hoy resulta imprescindible para quien se inicie en esta profesión.
Pero volvamos a Onelio, escritor y periodista también, con gran arraigo popular. En aquella memorable charla surgió nuevamente el tema de patria o muerte. Fue en extremo preciso y premonitor cuando indicó que el problema no estaba es escribir patria o muerte, sino en redactar con juicio y elegancia algo que llevara al lector a decirse a sí mismo, patria o muerte.
La sobresaturación de la frase a lo largo de los años ha ido perdiendo aquella fuerza inicial. Tal parece que muchos no se han enterado. Cambian los tiempos y con ellos sus gentes, aunque la esencia deba mantenerse frente a la hostilidad creciente del imperio.
Entonces, interiorizar lo suscrito por El cuentero mayor que razón no le falta.