Un trago caro

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Un trago caro

Diego Carcedo, periodista

A Pedro saciar su sed una noche del estío madrileño le ha salido caro, es decir, caro de cojones. A Pedro saciar su sed una noche del estío madrileño le ha salido caro, es decir, caro de cojones. El hombre parece que no estaba muy al tanto de la Ley sobre drogodependencias que prohíbe ingerir alcohol por la calle – sólo en las terrazas – y se puso a beber una cerveza a morro en una plaza pública con la mala suerte que un agente de la autoridad de Ana Botella, que no mostró respeto por el apellido de su jefa, le pidió identificarse, escribió los datos en su libro de denuncias y pocas semanas después, el hombre se encontró en el buzón con una multa de ¡750 euros del ala!. Euros, sí.

Intentó recurrir, protestó ante la defensora del pueblo, pero todo fue inútil: un día se encontró con un embargo por esa cantidad en su cuenta bancaria. Así se las gasta la Municipalidad que presume de brindar acceso directo al cielo y además estos días está de fiestas. Al bueno de Pedro, aquella cerveza, que imagino por lo menos estaría fresca, le salió mucho más cara que si hubiese viajado a Dublín a emborracharse en el mejor pub irlandés de la ciudad. No conozco a Pdro y, por lo tanto, no puedo solidarizarme con su disgusto aunque como tampoco soy de los proclives a ir por ahí desdeñando las leyes, le daría un consejo para la próxima vez.

En Nueva York, desde donde nos llegan las últimas tendencias, también está prohibido beber alcohol por la calle. Pero los neoyorquinos, que son muy imaginativos, lo que hacen es llevar las botellas metidas en cartuchos de papel oscuro y cuando quieren echar un trago simplemente lo abren por la parte superior, simulan que están comiéndose un bocadillo, y se pegan los lingotazos que les vienen en gana. Ningún policía se arriesga fácilmente a acercarse a un ciudadano, sea cual sea su pelaje, para comprobar lo que está haciendo para satisfacer su hambre y, de paso, su sed.

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