Las instituciones bajo sospecha del sistema político español intentan renovarse minimizando los riesgos. Ha hecho fortuna la palabra ‘casta’ con la que Pablo Iglesias, el líder de Podemos, define a los responsables de las instituciones que han constituido la base del sistema político español desde la transición. Son muchos los ciudadanos que creen que el vocablo define bien a los líderes de los grandes partidos, los miembros de la judicatura y, también, el entorno de la monarquía y su entramado de intereses creados.
Quizá por eso, se ha convertido en un arma arrojadiza habitual en las conversaciones de café de esa parte ‘indignada’ de la población que está dispuesta a impulsar un cambio radical en la estructura de la democracia, para conseguir que esta sea real. Y, ciertamente, en los últimos días, los comportamientos de determinados componentes de este magma, que muchos identifican con el inmovilismo y la corrupción, proporcionan muchos argumentos a los partidarios de impulsar una completa ruptura con el pasado.
Inevitablemente, los resultados de las elecciones europeas han provocado algunos sobresaltos en los ambientes en los que habitualmente se movía esa ‘casta’ que, hasta ahora, parecía creerse inmune. Más que por el reparto de eurodiputados en sí, por las tendencias que parecen deducirse de la forma en que se han manifestado los votantes. Así que algunos parecen haber entendido el mensaje, a su manera, y han puesto en marcha procesos de renovación con intención de hacer callar a las ‘fieras’.
Pero da la sensación de que sus planes van a ser insuficientes para acallar el malestar latente. Entre otros motivos, porque a la hora de ponerlos en práctica, tratan de minimizar los riesgos para impedir, en definitiva, que se produzca de verdad el cambio al que parece aspirar un creciente número de ciudadanos españoles. Y, claramente, se les empieza a ver el plumero, sin que todavía esa renovación prometida haya llegado a producirse.
Comenzó bien el PSOE, o mejor dicho su líder Alfredo Pérez Rubalcaba, al anunciar que se marchaba al día siguiente del batacazo electoral. Pero, inmediatamente después el bello gesto quedó empañado por la subsiguiente ‘bronca’ entre familias, a cuenta de la manera correcta de elegir al nuevo líder. ¿Congreso? ¿Primarias? ¿Votación de todos los militantes?
En realidad, finalmente, parece que va a dar lo mismo, puesto que ya hay un plan en marcha para que sea, sí o sí, la presidenta de Andalucía, Susana Díaz, quien se haga cargo del partido. Como siempre, por aclamación, y sin enfrentarse a nadie ni a nada. Y, aunque la protagonista no se ha manifestado al respecto, da la sensación de que si no le sirven el triunfo en bandeja, no competirá por el liderazgo. El asunto no es del todo comprensible, porque seguramente, si lo hiciera, ganaría con limpieza. Pero no va a hacerlo, según parece.
Y algo parecido pasa con la sustitución del Rey, tras la abdicación de Juan Carlos I. Las protestas callejeras que reclaman un referéndum para que los españoles elijan la modalidad de jefatura de estado que desean están aquí para quedarse. Y para constituirse en un foco de desafección más. Y, probablemente, bastaría con que el todavía príncipe Felipe admitiese que la consulta fuera convocada.
Hoy mismo, en un periódico de tirada nacional, se publica una encuesta que señala que si la votación se produjese, la monarquía la ganaría sin problemas. Entonces, ¿por qué no hacerlo? ¿Cuáles son los motivos que impiden a las cabezas pensantes del sistema dar el paso que legitimaría por completo a la nueva figura real? ¿Tal vez las tensiones territoriales con Cataluña y Euskadi?
Todo este ruido, además, parece haberle venido de perlas al PP, enrocado en nimiedades y aplazando, una vez más, su propia crisis interna. Mejor enredarse en cuestiones procedimentales que abordar, sin ir más lejos, las rupturas que inevitablemente amenazan al partido del Gobierno en territorios clave como la Comunidad de Madrid.
En este antiguo feudo popular quizá tendrían que haber rodado algunas cabezas. Pero, aunque el batacazo electoral ha sido histórico, ni la presidenta del partido, Esperanza Aguirrre, ni el presidente regional Ignacio Gónzalezse den por aludidos. Y eso que los comicios han servido, por ejemplo, para que la amortizadaAna Botella se reivindique como la figura que mejor ha resistido en las urnas.
Pero podría ser que esta estrategia de despiste y cambios de cara no baste, la historia ha demostrado en varias ocasiones que nada está nunca ‘atado y bien atado’ y que cuando un proceso como el que ahora vivimos se pone en marcha no hay quien lo frené.
Y, con tantos frentes institucionales abiertos, una crisis económica galopante y un horizonte electoral cercano que permitirá a los ciudadanos expresar su malestar a través del voto, va a a resultar bastante difícil llevar a cabo esa transición a la carta que algunos parecen impulsar.