Auge y caída de Dukan

Dieta Dukan

Auge y caída de Dukan

Diego Carcedo, periodista

Dukan era simple y llanamente un farsante cuyas tesis carecían de rigor científico y, en muchos casos, resultaban nefastas para la salud. Todos los que sobrellevamos kilos de más, que para la moda somos el grueso de los mortales, hemos vivido varios años amenazados con tener que cumplir los dictámenes gastronómicos de Pierre Dukan, el francés que de la noche a la mañana se convirtió en el gran gurú del adelgazamiento. Dukan fue, sobre todo para las mujeres que en estas cosas suelen ser más crédulas, el milagrero dogmático capaz de dejarnos el cuerpo cual sílfides … sin abandonar la glotonería.

Bastaba con inflarse a comer proteínas conforme a sus pautas para adelgazar y, en su empeño por volvernos estéticamente más presentables, se hizo millonario. Las librerías y quioscos se llenaron de libros con sus teorías y dietas para llevarlas a la práctica al mismo ritmo que su cuenta corriente aumentaba. Fue un boom hasta que, por fin, la burbuja estalló. Dukan era simple y llanamente un farsante cuyas tesis carecían de rigor científico y, en muchos casos, resultaban nefastas para una salud que necesita una alimentación variada.

Claro que en el camino convenció a mucha gente de que era un sabio y un iluminado, algo que explicaba además que muchos de su gremio le tuviesen ganas y no parasen hasta desacreditarle. Las falsedades cuando adquieren carácter religioso son muy difíciles de desterrar. Y Dukan parece que predicaba confiando en la fe que obliga a creer lo que no vimos. Pero la ciencia por fortuna es realista y no se deja engañar con facilidad. El Colegio de Médicos de Francia le alertó de que lo que hacía no era correcto, él echó los pies por alto, y acaba de ser expulsado.

Adelgazar sigue siendo imprescindible, incluso por razones más importantes que las estéticas. Pero para conseguirlo, aparte de comer y beber con mayor moderación y quemar calorías haciendo ejercicio, algo que a muchos se nos resiste, lo mejor… pues ponerse en manos de dietistas que estudien nuestras condiciones, diagnostiquen los remedios y, desde luego, no sienten la tentación ni de hacerse millonarios, que eso hay que dejárselo a los banqueros, ni vendernos nuevas versiones del bálsamo de Fierabrás.

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