La crisis no priva de dinero para derroches futboleros y restaurantes pretenciosos. En España el personal está bien jodido, pero los cinco tenedores siguen brillando como en los mejores tiempos con sus menús tan astronómicos financieramente hablando como esotéricos en su argumentación. Ocho restaurantes españoles, el país del desempleo, aparecen entre los diez mejores del mundo, para que luego Merkel diga con razón que todos nos comportamos como si fuésemos millonarios. Enhorabuena, por cortesía poco sentida, a sus chef, verdaderos reyes de la imaginación ante los fogones. Me parece estupendo que nuestro país brille en gastronomía, aunque preferiría que sea una gastronomía para todos y no sólo para discípulos de Barcenas y ricos de oficio, y que merezca tales reconocimientos.
El campeón es el Celler de Can Roca. Sus propietarios, tres hermanos, saltaban de euforia sobre la cama del hotel donde se alojaban en Londres, cuando les comunicaron la noticia, y no es para menos. Son, desde luego, auténticos artistas en la materia aunque yo personalmente, si he de ser sincero al cien por cien, no cambiaría su maestría por la de algunos cocineros y cocineras que se ganan la vida y la consideración de sus clientes guisando gloriosas fabadas, paellas maravillosas, cocidos deslumbrantes o tortillas de patata con o sin cebolla capaces de alegrarnos el cafecillo de cada mañana.
Acabo de ver el menú de primavera del Celler que comienza con una infusión vegetal con guisantes, brotes, flores y hojas; sigue con una ensalada de anémonas, navajas y cohombros de mar con algas escabechadas; luego, colmenillas con natas de leche para continuar con lenguado a la brasa con ajo negro fermentado, ajo blanco, perejil… Y así, hasta el final; pero no voy a seguir ni leyendo ni reproduciendo. Me basta y me sobra para que de semejante oferta, que imagino admirable, ni siquiera me tienta la curiosidad de preguntar el precio.
No me apetece nada de lo que me ofrece la casa, pienso pero no expreso. Allá cada cual con sus gustos y veleidades.
— Por favor, camarero, a mi tráigame un entrecot de buey a la parrilla, que por lo menos eso sé de qué va.