¡Joder con Hacienda! Siempre hemos sabido que se las gasta fino, pero desde que Montoro se halla al frente y hay que recaudar como sea para reducir el déficit fiscal la cosa aún se ha endurecido. Y sin no que se lo pregunten a una contribuyente de Tortosa que estuvo en el paro y un mal día, cuando el cartero llamó a su puerta para entregarle un certificado, se enteró — ¡menudo disgusto! – que por un error, del que ella no era culpable, el seguro de desempleo le había pagado ¡un céntimo de más!
¡Coño!, debió exclamar la mujer, a pesar de que es una persona bienhablada por naturaleza, ¡pero si yo no me había dado cuenta! Eso no importaba. La carta – cuyo franqueo, para mayor despilfarro certificado, habrá costado un Potosí – era conminatoria. O devolvía el céntimo percibido indebidamente o en el plazo de treinta días sería ejecutado por vía de apremio con un recargo del veinte por ciento, es decir, que pasaría a ser un céntimo con veinte centésimas de céntimo, sin emisión monetaria conocida.
Todo claro, preciso, conciso y apremiante, ya digo, como Hacienda tiene por norma. La mujer de autos, que nunca había pasado por una cosa así, pensó enseguida en el embargo que podía caerle encima y corrió al banco a depositar el céntimo adeudado; hizo el depósito, ante la sonrisa ladina del bancario que nunca había ejecutado un ingreso tan esperpéntico, y ya con el correspondiente recibo del pago se trasladó a las oficinas de la Agencia Tributaria, y allí se encontró con un nuevo e insalvable problema.
El funcionario de turno torció el gesto al verla, tecleó largo rato en el ordenador, y tras lanzarle una burocrática ojeada a su cara abrumada por la sorpresa, evocando a Mariano José de Larra, le preguntó:
— No tenía cita, ¿verdad?
— Pues, no; no la he pedido. Vengo sólo a entregarles este comprobante de pago. No sabía que era necesaria cita previa.
— Pues lo lamento. No puedo atenderla. Pase por aquella ventanilla de enfrente, formalice la petición de cita y vuelva usted mañana
