La anilla es el aro del papel que rodea cada cigarro y sirve para diferenciar las distintas marcas. Pero las también conocidas como “vitolas” (nombradas así erróneamente, ya que la vitola es el formato del puro) son mucho más que eso.
Cada anilla es un trocito de arte, ilustra una intención, un deseo de perdurar mucho más allá de los meros objetivos comerciales. Los pintores plasman en ella sus mejores ideas: desde un general de renombre, hasta un patriota insigne, con una amplia gama de colores, como el dorado que hace perdurar las hazañas de personajes como Simón Bolívar en estas pequeñas obras maestras.
Existe la versión que cuenta que en sus orígenes las anillas se utilizaban para evitar que los guantes se mancharan al sujetar los puros. Pero realmente aparecieron para cubrir el pequeño hilo con el que se sujetaban las capas de los cigarros en el siglo XVIII. Parece ser que el primero en utilizar anillas similares a las actuales fue Antón Bock, un inmigrante europeo establecido en Estados Unidos, que encargó litografiar su firma en una de estas arandelas de papel para identificar sus cigarros de exportación.
¿Con o sin?
Algunos fumadores se preocupan por si conviene o no quitar la anilla. La mayoría de los expertos coincide en señalar que es irrelevante esta preocupación, aunque si se desea quitar, conviene esperar a que el cigarro se caliente para no dañar la capa al retirar la anilla.
Otros fumadores opinan que la anilla es una marca de hasta dónde debe fumarse el cigarro. Al margen de estos matices, que al final están relacionados con los gustos personales de cada fumador, estas piezas emblemáticas de la tabaquería dieron origen al coleccionismo, que en este caso de denomina “vitofilia”.
Muchos coleccionistas atesoran anillas y habilitaciones (decoraciones de las cajas de cigarros) y las identifican como las representantes “de una historia de cinco siglos contada muy despacio”, según señala una revista cubana especializada en el tema.
El carismático Káiser alemán Bismarck o el general de origen dominicano Máximo Gómez, que abanderó las insurrecciones cubanas de finales del siglo XIX, son algunos de los personajes inmortalizados en las anillas que conservan con orgullo los vitófilos.