S&P, la antaño poderosa agencia de calificación de solvencia propiedad de Mc Graw Hill, parece haber entendido, por fin, que se mueve en un escenario más que complicado, donde la única prioridad posible es buscar la supervivencia, y el único camino para conseguirlo es acercarse al entorno de Obama en busca de perdón. Porque así están las cosas. Toca rendirse o perecer.
La amplia victoria electoral del político demócrata de EEUU, aún relativamente cercana, ha marcado un antes y un después en sus relaciones con la industria financiera y con ciertas actitudes de sus protagonistas que, aparentemente, no van a poder perpetuarse en esta segunda y última legislatura de Obama como inquilino de la Casa Blanca.
Además, incluso, si tras el proceso de desmantelamiento que parece haber emprendido Washington con la estructura actual de la industria financiera, que parece pasar por la voladura controlada de las agencias de rating, todo volviera a ser lo mismo algún día, S&P podría ser, como lo fueron antes Arthur Andersen, Lehman o Enron, quien pagara con su desaparición la factura de la ejemplaridad necesaria en estos casos.
Por eso, la arrogancia está demás, cuando el ataque judicial pretende depurar responsabilidades con una declaración de culpabilidad y una multa cuantiosa que vaya más allá de los simbólico y le cueste al propietario de la empresa en cuestión, como poco, los beneficios de un año. Es el momento de hacer otro tipo de gesto. Humildes y oportunos, para evitar lo peor.
Y, aparentemente, S&P, se ha puesto a ello. Esta misma semana, por ejemplo, sólo 24 horas después de que un encarnizado rival de Obama, Maurice «Morry» Taylor, el presidente de Titán, una empresa estadounidense que fabrica ruedas, desistiera de realizar una inversión en Francia, acusando al Gobierno socialista de perpetuar un sistema laboral en el que los operarios no trabajan más allá de tres horas al día, S&P ha elaborado un informe en el que pone por las nubes la reforma del mercado de trabajo realizada por Hollande.
Un político, supuestamente cercano a las tesis de Obama, sobre la manera correcta de salir de la crisis económica y que está, al menos formalmente, alejado de las recetas de austeridad a ultranza, despido libre, desmantelamiento del estado del bienestar y supresión de derechos laborales, que Merkel y el ala derecha del Partido Republicano estadounidense quieren imponer en el mundo.
Tarea para la que han contado, hasta ahora, con los buenos servicios de S&P y las otras agencias de rating, que aseguraban a los financieros su dominio de la situación con análisis interesados que servían de coartada a los especuladores y con notas que certificaban la supuesta solvencia intachable de activos tóxicos.
La agencia de Mc Graw Hill, sin embargo, parece haber iniciado ahora un lento pero inexorable alejamiento de esos antiguos usos y costumbres. A la fuerza ahorcan, que dicen y tal vez puede a empezar a generarse una dinámica de cambio inexorable en los poderes que controlan las finanzas globales. Aunque solo sea por aquello de que todo mute para que todo permanezca.