La vida está llena de contradicciones, de paradojas y de injusticias, qué les voy a contar a estas alturas de la glaciación Rajoy. Algunas veces uno se encuentra hablando solo ante lo que ve o escucha por ahí. Por ejemplo, lo que está pasando en torno a Inditex, la empresa española que a pesar de la crisis sigue creciendo por todo el mundo y despertando envidias por sus resultados. Pero su trayectoria casi milagrosa y su presente esplendoroso tampoco son ajenas a hechos que sorprenden, muchos para bien, otros…
No sé, acabo de saber que el yerno de Amancio Ortega, el gran artífice del negocio, jinete al parecer de oficio el yerno, Sergio Alvarez, ha invertido, bueno quiero decir que se ha fundido, doce millones de euros — ¡coño! –, en un caballo. Será buenísimo, el mejor sin duda del mercado. Que conste que está en su derecho si él o su familia política se lo pueden permitir, que es evidente que podrán, pero a mi, que soy y seré siempre si Dios no lo remedia a toda prisa persona de economía tirando a precaria, me parece un despilfarro, legal insisto pero poco ejemplarizante.
Los tiempos que vivimos son los que son y todo lo que sea exhibir chequera a mi me resulta inapropiado, mucho más tratándose de una empresa a la que tenemos como proveedora de ropa asequible y modélica en sus métodos, y mucho más aún, es decir, mucho peor, cuando en otra página del periódico en el que aparece el caballo de los doce milloncejos – de euros, oiga, no vaya a creer que hablamos de pesetas, que eso ya no existe – nos encontramos con la noticia de que paralelamente Inditex ha provisionado en sus próximos presupuestos una cantidad igualmente considerable, treinta y un millones, para financiar una reducción de sus plantillas en España.
¿También Inditex tiene que despedir?, pregunto sin ánimo de molestar ¿Por qué? Para no ser menos que el resto de las empresas españolas y hacer su contribución al aumento de las listas del desempleo. Tal vez para reducir gastos de personal que permitan en su ahorro al nuevo miembro — coautor del nieto que Ortega esperará con la ilusión propia del caso– de la familia propietaria comprar más caballos a precio de oro, qué digo de oro, ¡de brillantes?