Escuché muchas veces a los viejos de mi pueblo que lo barato sale caro, y cuando lo dicen hablan por la experiencia que les proporciona sus años. Estos días nos lo anticipa también Ryanair, la compañía irlandesa de bajo coste que tan felices y económicos nos promete los viajes en sus centenares de vuelos diarios por todo el mundo.
Quien se lo crea, que se prepare la cartera cuando acuda en las próximas horas a Barajas, o a cualquier otro aeropuerto, español o extranjero, a efectuar los trámites para el embarque. Comprar un billete, a través de la web de la compañía o simplemente por teléfono, es fácil y el precio a veces casi simbólico. Pero luego vienen los empleados que tutelan la facturación con el alza y todos se vuelven recargos o cobros suplementarios ante los cuales no caben discusiones ni regateos. O se paga o se queda uno en tierra. Sobre todo estos días navideños, que consideran temporada alta, y aprovechan para hacer caja sobre todo con los sufridos pasajeros que no tienen peor ocurrencia que llevar algo de equipaje por si en el destino hace más frío. Porque, la opción es o pasarse las vacaciones sin mudar de calzoncillos o bragas o abonar a tocateja 25 euros por maleta o mochila mientras que la facturación en sí o la simple impresión de la carta de embarque también hay que abonarla y dadas las fechas, pues con un suplemento que a menudo dobla lo habitual.
Los milagros seguramente existieron en el pasado bíblico, pero en los tiempos que corren han caído en desuso y las compañías aéreas que los anuncian no cabe duda que tienen mucho de cuento chino y de trampa sin cartón. Bien mirado, es lógico y justo desconfiar.
Que los aviones vuelen es costoso y quienes pretenden ofrecer sus servicios de transporte a precio de ganga algo deben ocultar si es que no quieren acabar, como alguna compañía de hecho ya, en la quiebra.