Los gobiernos autonómicos no saben qué hacer con el gasto sanitario que sube como la espuma un mes tras otro y multiplica el déficit. Hace unos años, cuando la sanidad estaba centralizada y era gerenciada por el Insalud, se desgañitaban reclamando la transferencia de su gestión. Veían muchos millones por el medio y se les encandilaban los ojos pensando en administrarlos a su albedrío reduciendo el gasto en antibióticos. Nada más falso. Así de un día para otro nos encontramos con diecisiete organismos regionales, con los costes de los medicamentos en aumento, y los presupuestos de cada uno desbocados.
Hay alguna administración autonómica que ante el desastre ha tenido ya la humildad de pedir algo que se vislumbra imposible, que es devolverle la ansiada competencia a Madrid para que vuelva a ser el Ministerio quien la tutele. Todos mientras tanto se estrujan las meninges para encontrar alguna fórmula que permita ahorrar en quirófanos y medicamentos, cosa bastante difícil porque la gente ha encontrado en las visitas a los ambulatorios una forma de matar el tiempo y los médicos una manera de abreviar las consultas recetando radiografías, análisis y medicinas a mansalva.
Cada casa de este país es una pequeña farmacia de productos caducados que la familia ha venido acumulando una semana tras otra nadie sabe bien para qué. Los políticos entre tanto piensan que el futuro estará en el copago, pero cada vez que uno lo menciona los de enfrente se echan las manos a la cabeza queriendo demostrar horror, aunque por lo bajini deseen que sea el adversario quien lo implante y, además de resolver el problema, que se coma el marrón y de paso se deje algunos votos por el camino. La salud es un asunto muy serio como para ponerla a merced de demagogias, pero eso es lo que hay en estas antevísperas del nuevo 20 N que esperamos.