Los de Bildu, recién reconfortados por el Tribunal Constitucional con los auxilios de la legalización, compitieron en las elecciones vestidos con pieles de pacíficos corderitos, mucha gente se lo creyó y lograron votos que les dieron poder en decenas de ayuntamientos y hasta en la Diputación de Guipúzcoa. Nada que objetar por mucho que sus ideas políticas estén en las antípodas de lo que uno piensa, opina y considera.
Lo que ocurre es que, como anticipaban los mal pensados, que son los que más suelen acertar, la cosa tenía trampa, y debajo de aquellas pieles blancas y lanudas no se cobijaban ovinos sino caprinos, es decir, cabras, y que se me perdone el símil. Y las cabras, ya se sabe, tiran al monte; siempre vuelven a lo que solían. Con los de Bildu está pasando lo mismo: en cuanto pisaron alfombra de poder y se aseguraron un buen pasar personal se han largado peña arriba, cuidando mucho no desairar a los amos de sus principios y evitar que alguien se crea lo que habían intentado parecer: que son políticos normales, con sus ideas extremas pero respetuosos con el sistema y las instituciones que les reconoce sus derechos. La verdad es que conociendo sus orígenes, historia y bases de sustentación no cabría esperar otra cosa, pero sobre todo sorprende, eso sí, que se hayan apresurado tanto a enseñar la oreja y a sacar su patita por las rendijas.
Dice uno de los nuevos rabadanes del grupo, por ejemplo, que no es momento de pedirle a ETA que desista de una vez de lo suyo, del terrorismo; es decir, que no contempla pedir a los asesinos que dejen de matar, de atemorizar y de chantajear. ¿Se puede admitir que eso se argumente desde un puesto en el que hay que defender a todos los ciudadanos? Para este energúmeno de Bildu parece que sí. Y es que Bildu se sospecha que defiende la libertad para que los demás podamos callar y los suyos puedan matar. Mal planteamiento de la igualdad, desde luego.