El sector tocapelotas de la hostelería, felizmente tan minoritario como vocinglero, está empeñado en hacernos creer que la les leyes protectoras de las salud de sus empleados están llevándoles a la ruina. Desde luego, bienvenidas sean esas leyes, prohibidoras de que se fume en los establecimientos públicos, si como aseguran los médicos van a evitar que muchos trabajadores contraigan un cáncer de pulmón.
Pero es que, además, hasta donde me aseguran, es mentira que los clientes hayan desertado en masa de barras y salones de cafeterías, restaurantes, mesones, tabernas, chigres y hasta puticlubs. Acabo de hablar con el propietario de una cadena de cafeterías, cuyo gerente – fumador empedernido él – ha sido de los que pusieron el grito en el cielo, y me ha asegurado, me refiero al propietario, que no es verdad la alegada deserción de los parroquianos. No fuman dentro como es lógico, pero siguen consumiendo sus aperitivos, sus cafelitos, sus cubatas y demás. Ha descendido, eso sí, el consumo de bebidas caras, como ginebras y güisquis, pero eso es consecuencia de la crisis, no de la prohibición de fumar; ese descenso ya viene de antes.
Mi informador, hombre equilibrado, asegura que en la reacción de algunos empresarios y gestores de hostelería influye una actitud de rechazo político a cuanto venga de este Gobierno o, como sospecha que le ocurre a su gerente, porque la medida les afecta personalmente y, como a todos los fumadores, les molesta tener que salir a la calle a dar una calada. Pero no por eso unen al sacrificio de no fumar o tener que fumar entre tiritonas el sacrificio de privarse de un vino, una caña o un trago largo, antes al contrario. “Nuestra recaudación a pesar de hallarnos en la peor cuesta de enero de la Historia, no ha disminuido de manera sensible”.
Una fumadora de condición conformista, razonaba con similar sensatez y conformidad: “Si nuestro humo perjudica, pues a evitarlo. Y los bares que no estén contentos, pues que cierren. Es lo que hay. La salud siempre se ha dicho que es lo primero”.