¡Qué no será capaz de hacer un político o una política en campaña electoral! José María Aznar, a quien Dios guarde con vida, y de quien Dios nos libre sin mando muchos años, resulta que hablaba catalán en la intimidad una vez demostrado que Jordi Pujol de enano, nada, más bien grandullón. Se lo tenía muy callado, pero al parecer, sí.
Y ahora, Esperanza Aguirre, la presidenta madrileña, va arrancarle votos para su compañera de partido Alicia Sánchez Camacho, y nos sorprende hablando también catalán. No, no, en la intimidad, no; en público, ante unas decenas de votantes potenciales del Partido Popular, género que en Catalunya no abunda. Esperanza Aguirre habla bien inglés, pero que su condición políglota abarcase el catalán ha sido una sorpresa para propios y extraños. También se lo tenía muy callado.
Sobre todo para los extraños que no entienden cómo la Presidenta, más conocida aquí como doña Espe, en Madrid protesta por el bilingüismo que se enseña y practica en Cataluña y luego va y es la primera en despacharse dando ejemplo en catalán, bien es verdad que con comprensible acento cheli. Todo, ya digo, para arañar unos votos el domingo en que su reparto va a estar muy, pero que muy reñido. Para los peperos la cita en las urnas catalanas es importante, como para todos, pero para ellos porque va a reflejar las posibilidades que tendrá Mariano Rajoy de desalojar a Zapatero de La Moncloa dentro de año y medio y, de momento, a fijar posiciones de dependencia recíproca con Artur Mas, el líder y probable futuro honorable al frente de la Generalitat.
Como la política, lo ha dicho el maestro Fraga, hace extraños compañeros de cama, nada sería de extrañar que pronto los veamos intercambiando apoyos a través de un puente político conservador-nacionalista capaz de desafiar la más opuesta naturaleza de las cosas.