Si alguien le pregunta a Bob Dylan, la crisis que Internet le habría traído al mundo de la música no es un asunto de la Red. Ni siquiera es una crisis. El veterano cantautor estadounidense lo tiene claro. Nadie paga por las canciones porque en las últimas dos décadas y media nadie ha escrito una sola canción que merezca la pena comprar. Ni siquiera él mismo. ¿Será cierto? Quizá este durísimo análisis no se encuentre lejos de las raíces del desastre. Siempre que de verdad sea un desastre.
Quizá no se trate de eso. O no para todo el mundo. No, por ejemplo para el Estado, los partidos o las grandes corporaciones y sus necesidades promocionales. Si el producto artístico es gratuito porque los clientes no pagan a los autores ni a los intérpretes, la única vía profesional que quedaría, sería la elaboración de proclamas teledirigidas por el pagador. Pura propaganda. Y, la propaganda puede ser ingeniosa y hasta artística. Pero ni es arte, ni es neutral.