Este sábado tendremos la respuesta. El principio del fin de Schäuble o el fin del principio de Tsipras. La mitología griega nos cuenta que Pandora, presa de la curiosidad, no pudo evitar abrir una caja de la que escaparon todos los males del mundo. Zeus veía así cumplida su venganza de Prometeo, ya que a su hermano Epimeteo le había presentado a Pandora, por haberle robado el fuego y entregárselo a los humanos.
Muchos años después, en 2014, el que fue secretario del Tesoro de Estados Unidos entre 2009 y 2013, Tim Geithner, nos contó en su libro de memorias sobre la gestión de la crisis financiera, «Stress Test: Reflections on Financial Crisis» otra historia de venganza.
En julio de 2012, Geithner viajó a la isla alemana de Sylt para reunirse con Wolfgang Schäuble, el poderoso ministro de Finanzas de Angela Merkel. Según el relato del estadounidense, Schäuble le contó que expulsar a Grecia de la Eurozona no sólo era posible, sino que era incluso deseable. Con ello, se obtendría un doble «beneficio». Por un lado, se reduciría la resistencia del electorado europeo, y en especial del alemán, a los rescates financieros al quedar excluido de ellos el país heleno, presentado como la quintaesencia del despilfarro y de la mala gestión. Por otro, la salida de Grecia eliminaría las reticencias de otros países miembro a ceder soberanía a la Unión y a hacerlo además bajo la hegemonía del ordoliberalismo alemán. Pero para ello, la salida de Grecia debía ser lo más traumática posible. Cuanto peor, mejor.
Es sabido que entonces Schäuble no pudo cumplir su deseo. Sin embargo, tres años después, volvemos a encontrarnos con Grecia al borde de la salida de la eurozona. Quizá más cerca que nunca.
Así las cosas, después de cerca de seis meses de negociaciones con el nuevo gobierno griego de Syriza, los líderes de la zona Euro le han hecho llegar un ultimátum que, esta vez sí, parece que es definitivo: o hay acuerdo para el sábado o habrán de afrontar el colapso bancario. Un escenario en el que recurrir a emitir su propia moneda parecería inevitable y, con ello, acabar renunciando a la moneda común. Pese a que no haya ninguna previsión legal en los Tratados europeos que permita expulsar a un país el euro, se impondría así la fuerza de los hechos.
Pero ¿cómo ha sido posible llegar hasta aquí?
Por un lado, hay que señalar que un partido como Syriza, fuera del reparto de poder entre las familias políticas tradicionales, nunca ha gobernado en la Unión Europea. De esta forma, los incentivos del resto de gobiernos europeos, en muchos casos amenazados también por otros partidos que se sitúan en los márgenes del sistema, son a no realizar concesiones. Ceder ante Syriza enviaría el mensaje a otros países miembro, especialmente a los de la periferia, de que optar por partidos no convencionales, reporta beneficios. Por otro lado hay que señalar que el, hasta el lunes, ministro griego de finanzas, Yanis Varoufakis, estaba convencido de que su mejor estrategia era plantear salvar a la periferia europea de los costes de la austeridad. Es decir, lanzó una enmienda a la totalidad de la política que ha regido la gestión de la crisis económica. Una píldora demasiado difícil de tragar para unos gobiernos que eligieron aplicar la austeridad sin demasiada resistencia.
Una coyuntura que Schäuble aprovechó para reforzar su baza y volver a jugar sus cartas. Así, el economista Jeffrey Sachs, que ha tenido acceso de primera mano a las negociaciones al asesorar a Varoufakis, afirmaba el 28 de junio en su cuenta de Twitter: «Cuando la Historia se escriba, será el ministro Schäuble, no Merkel, no el FMI, ni tan siquiera la Comisión, quien figure como quien bloqueó el acuerdo». Una versión no del todo fácil de creer según el relato dominante de esos días de unanimidad entre unos acreedores hastiados ante las formas de un Varoufakis poco querido por sus colegas del Eurogrupo, y la poca seriedad de las propuestas griegas. Tsipras se encontraba así acorralado entre aceptar la rendición incondicional o salir del euro. Sin embargo decidió barajar de nuevo. Y lo hizo hasta dos veces.
En primer lugar convocó un referéndum que pilló descolocados a los acreedores, pero también a la oposición externa e interna en Grecia. Así, tras ganar el plebiscito con una suficiencia que nadie esperaba, este mismo lunes firmó un acuerdo con toda la oposición griega (a excepción del KKE y de Amanecer Dorado) y logró reforzar la cohesión entre las corrientes de su propio partido. En segundo lugar, en una jugada quizá aún más efectista, cambió a Varoufakis por Euclid Tsakalotos. Una señal clara de que estaba dispuesto a hacer concesiones para llegar a un acuerdo.
Como ha señalado Paul Mason, probablemente el periodista internacional con mejor acceso a la dirección de Syriza, frente a un Varoufakis que es esencialmente un economista a quien, dada la actual correlación de fuerzas, cualquier trato de los que pueda conseguir Grecia le va a parecer insuficiente ya que no servirá para solucionar los problemas a los que se enfrenta la economía griega; Tsipras ha escogido a alguien que ha sido miembro de Syriza desde hace más de 10 años. Un hombre, por tanto, más acostumbrado al compromiso entre posiciones enfrentadas. Más político.
Y la jugada ha empezado a dar sus frutos.
Así, según señalaba Bloomberg tras la reunión del Eurogrupo del martes, el ministro de finanzas de Malta, Edward Sicluna afirmó: «Tsakalotos es un soplo de aíre fresco. El lenguaje, sin duda, ha cambiado». Incluso, Alexander Stubb, uno de los «halcones» del Eurogrupo, reconoció que el nuevo ministro griego «hizo una buena propuesta».
Pero aún hay más. Ayer, el secretario del Tesoro estadounidense, Jack Lew, y la directora gerente del FMI, Cristine Lagarde, pese a realizar intervenciones en lugares diferentes, coincidieron en señalar que un nuevo acuerdo con Grecia debía incluir necesariamente una reestructuración de la deuda. Lagarde incluso ponía presión sobre el resto de acreedores y en particular sobre Merkel al remachar: «Nuestro análisis no ha cambiado». Reconocía así las diferencias entre acreedores y venía a confirmar las afirmaciones de Sachs del 28 de junio. El frente único frente a Grecia, resquebrajado.
Probablemente detrás de estos nuevos movimientos se encuentren también las presiones de EEUU que no quiere arriesgarse a que un socio de la importancia geoestratégica de Grecia bascule hacia Rusia.
No obstante, la partida ha llegado tan lejos que es difícil que nadie retire ya sus fichas. Pero, como ha señalado Ambrose Evans-Pritchard, los acreedores podrían verse sorprendidos si intentan forzar demasiado sus condiciones ya que «para Tsakalotos la pertenencia a la Unión Económica y Monetaria es coste-beneficio y en su trabajo académico ha investigado las ventas del primero en salir después de la ruptura de una unión de tipo de cambios fijos». En él no hay nada del idealismo europeo de Varoufakis, quien tenía acabar con el «régimen contraccionario de la unión monetaria de Wolfgang Schäuble» como una suerte de misión que le había sido encomendada «para el beneficio de la humanidad».
Por ello, es probable que la salida del euro sea incluso más difícil de contemplar por Tsakalotos dado que considera que los costes son demasiado altos, pero también estaría mejor preparado para ejecutar medidas a las que, en principio, Varoufakis tendría más reticencias como tomar el control del Banco de Grecia mediante un decreto de emergencia si los acreedores se empeñan en forzar la situación. Además, Tsakalotos considera que la UEM se basa en una «promesa irrevocable» que una vez rota, los mercados no volverán a creer. Algo que según Frances Coppola ya sería demasiado tarde para evitar ya que para la colaboradora de Forbes y el Financial Times, «el Grexit no es un evento, es un proceso y ya ha comenzado». Una responsabilidad que atribuye al BCE por restringir la oferta monetaria y negar liquidez a los bancos y no por falta de solvencia, sino por una decisión política.
Y quizá aún más grave sea la señal política que, de no haber acuerdo o estrangular aún más al gobierno griego, se produciría. El mensaje sería el de que las instituciones europeas son incompatibles con gobiernos un tanto más heterodoxos del «business as usual». Una fractura que ya comienza a revelarse en hechos como que hasta un 85% de los menores de 25 años votaron en contra del acuerdo con las Instituciones en el referéndum de este domingo, frente a menos del 45% de los mayores de 65.
Por todo ello, Schäuble debería recordar el proverbio antiguo según el cual a «aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco»; en el sentido de hacerle intentar transgredir los límites de lo razonable. Y es que terminar de abrir su caja de Pandora podría ser el principio del fin no sólo de la UEM, sino también de la unión política al dejar toda la alternativa a las políticas comunitarias dominantes en manos de partidos de raíz xenófoba y abiertamente anti-europeos, con los que ya no habría nada que negociar al ser su alternativa directamente la ruptura.
No obstante también hay que recordar que, según la mitología, cuando la caja termino de abrirse sólo una cosa permaneció en el fondo: Elpis, el espíritu de la esperanza. El espíritu con el que a través de Tsakalotos, Tsipras intentará salvar la Eurozona. La respuesta: este sábado. El principio del fin de Schäuble o el fin del principio de Tsipras.