Miles de refugiados pasan cada día por Grecia con la esperanza de llegar a Alemania. Es mediodía y la pequeña estación central de trenes de Atenas es un caos. Centenares de refugiados sirios, afganos e iraquíes buscan en sus ventanillas billetes para ir esta tarde a Tesalónica, la segunda ciudad del país, y muy cercana a la frontera con Macedonia. Grecia es solamente un lugar de tránsito entre el origen y el destino. El objetivo es llegar a Alemania. Entre medias, Turquía, Grecia, Macedonia, Serbia, Hungría y Austria.
El foco mediático, con la lupa en Bruselas y Atenas, ha obviado que, según datos de ACNUR, más de 1000 refugiados (de guerra y/o hambre) llegan a las islas del país heleno cada día, convirtiendo a Grecia en el principal puente migratorio del mediterráneo. La maltrecha situación económica de la administración helena, y la falta de colaboración de las instituciones europeas, provoca que la mayoría de estos refugiados recorran su camino con la única ayuda de voluntarios locales.
De Damasco a Tesalónica
El tren de cuatro vagones sale a las 16:15 de la estación. El 80% de los viajeros provienen de oriente medio, la mayoría huyendo de la guerra civil de Siria. Omar y sus nuevos amigos salieron hace 15 días de Damasco con la esperanza de llegar algún día a Alemania, donde ya les esperan otros compatriotas.
Omar tiene 28 años y es licenciado en magisterio. La imagen que uno pueda tener de un refugiado de guerra en su imaginario es probable que no se ajuste a la apariencia de Omar, o a la de sus compañeros de vagón. Jóvenes vestidos con ropa de marca y móviles de última generación en los bolsillos. Emigrar (o pagar sobornos a policías sin escrúpulos) supone generalmente un gasto tan alto que solo quien pueda costeárselo consigue hacerlo. “Llegar a Alemania calculo me costará unos 4000 euros”. Sin embargo, la experiencia reciente dista mucho de la sofisticada apariencia.
La noche del 1 de julio de este año Omar cruzó la frontera que separa Siria de Turquía. “Nos organizamos en grupos de 50. Cada uno le pagamos 500 dólares a una persona que se encargó de guiarnos para superar una de las fronteras más militarizadas. Era de noche, y teníamos muy poco tiempo. Estuvimos esperando escondidos durante dos horas hasta que la frontera se despejó. Corrimos y conseguimos entrar en Turquía”. El primer ministro turco, Tayyip Erdogan, ha dicho más de una vez que su país no daría la espalda a los más de cuatro millones de refugiados sirios que ya han cruzado la frontera desde que estalló la guerra en el año 2011.
Omar y sus compañeros fueron a Adana, una ciudad del interior de Turquía donde el gobierno turco tiene habilitado desde hace más de un año un campo de refugiados. Según Omar el trato recibido en aquel lugar fue “muy bueno” comparado con el sufrido en Grecia. “Aquí hemos estado cinco días a las afueras de Atenas sin agua, sin electricidad y con comida en malas condiciones”.
Para llegar a Grecia, Omar fue primero a Izmir, una hermosa ciudad del mediterráneo turco. Allí conoció a quien a cambio de 1000 euros le llevaría en lancha a la isla griega de Lesvos. “Era una pequeña embarcación de plástico. En ella íbamos 40 personas que habíamos pagado, cada una, 1000 euros a su dueño.
Salimos de noche de un puerto clandestino de la costa turca. Todo iba bien hasta que a la hora de viaje el motor se estropeó. Estábamos cerca de Lesvos y varias personas se lanzaron al mar para arrastrar la embarcación. Las olas eran muy grandes”. La lancha consiguió llegar sin ser interceptada por las fuerzas policiales griegas. Según Omar, los responsables de las embarcaciones suelen hundirlas si creen que van a ser “pillados”. “Las hunden, y después se mezclan entre los refugiados”, dice.
En Mitilini, ciudad más importante de Lesvos, los refugiados pasaron dos días, hasta que un barco les llevó a Atenas. Según varias personas que se encargan voluntariamente de ayudar a los refugiados, el Gobierno de Grecia da un permiso de 6 meses para estar en el país a cada refugiado. Sin embargo, a los 30 días no pueden estar en Atenas ni en regiones fronterizas. De todos modos, casi ninguno de los recién llegados acepta ese permiso. No quieren detenerse en un país que según los que copan el vagón número 4 del tren “está muy mal”.
Lo más paradójico es que Omar y sus compañeros muestran un atisbo de optimismo en cada una de sus reflexiones. El tren llega a Tesalónica. Son las once de la noche. Fuera de la estación los refugiados se reúnen con los controvertidos y no tan asequibles “guías” (“smugglers”) para deliberar cuáles son las mejores opciones para seguir el camino hacia el norte. Mañana otras dos mil personas compañeras de suerte volverán a intentarlo.